El reto de mantenerse feliz


No le he seguido mucho la pista a Mike Leigh y eso a pesar de que todo lo que salga de Inglaterra por prejuicio me gusta. De él recuerdo siempre Secretos y mentiras, la película por la que ganó la Palma de Oro en Cannes. Este año (aunque pudiera ser que desde el pasado) se estrenó esta película suya que reseñé para Players of Life. Va el texto:

El director inglés Mike Leigh logra pasar del registro dramático al cómico con soltura. Así lo demuestran algunos de los premios con los que ha sido condecorado durante su carrera cinematográfica. Eso a pesar de que su filmografía no es abundante. Desde la Palma de Oro del festival de Cannes con Secretos y mentiras (1996) y culminando con las nominaciones al Óscar por Vera Drake (2004). Este precursor del realismo británico, junto con Ken Loach, en ocasiones les otorga a los espectadores una historia más ligera pero no por eso despreciable. Éste es el caso de su más reciente película: La dulce vida (Happy-Go-Lucky, 2008).
La protagonista indudable de La dulce vida es Poppy (Sally Hawkins), una profesora de escuela primaria con una personalidad vibrante, colorida y, durante algunos momentos, incluso irritantemente feliz. Siempre con una sonrisa en los labios y con el chiste en la punta de la lengua, no hay nada oscuro ni terrible en la existencia de esta mujer imbatible. Comparte desde hace diez años su departamento con una amiga y colega, Zoe (Alexis Zegerman); recibe las visitas de su malencarada hermana Suzy y, poco después de comenzar la cinta, decide, tras serle robada su bicicleta, tomar clases de manejo. Su instructor, Scott (Eddie Marsan), sin embargo, es un hombre resentido, racista y paranoico. Dos seres humanos tan dispares dentro de un espacio tan reducido como el de un coche-escuela sólo podrán sacar chispas. Algo intuye Poppy en Scott que la lleva a ayudar un niño golpeador en su escuela y, gracias a ello, conocerá a su futuro novio, Tim (Samuel Roukin), un trabajador social.
A partir de la improvisación, Leigh va construyendo sus personajes e hilando la historia. La naturalidad que se despliega en la pantalla es, por lo tanto, innegable. El guión —inexistente al inicio del rodaje— se constituye en un logro pues, a pesar de basarse en la improvisación, tiene una admirable coherencia. Quizás por esto, esté justificada la nominación al Óscar en dicho rubro. Ésta es, además, una cinta para el lucimiento de una actriz y aquí Sally Hawkins, desconocida para el gran público, se luce sin miramientos. De ahí los diferentes premios otorgados, entre ellos el Globo de Oro para mejor actriz en una comedia.
El hilo conductor será la relación entre dos personajes antitéticos como Poppy y Scott. Leigh los conducirá a la confrontación de sus deseos y miedos hasta el enfrentamiento final que los separará para siempre. Poppy se dará cuenta de que no puede hacer feliz a todo mundo. Entre tanto, el director nos llevará de la mano a través de escenas hilarantes como la de una apasionada maestra de flamenco o incluso conmovedoras —ésa en donde Poppy trata de conversar con un indigente y que nos muestra la compasión y el ilimitado deseo de prodigar alegría de esta inusual mujer. La dulce vida, entonces, resulta una comedia nada ingenua sobre esos seres cuya luz puede llegar a cegar; pero tan necesarios para que el mundo en el que vivimos no se ahogue en la amargura.

La dulce vida (Happy-Go-Lucky, 2008). Dirigida por Mike Leigh. Producida por Simon Channing Williams y Georgina Lowe. Protagonizada por Rally Sawkins, Alexis Zegerman, Eddie Marsan y Samuel Roukin.

El avance: http://www.youtube.com/watch?v=Sd4EG6BeDV0