Culpable de voyeurismo


Sin mucho preámbulo, la siguiente reseña se publicó en su momento en la revista Espacio 4. Ah y también es sobre una película de Haneke. Va el texto:

Hace once años, el director austriaco Michael Haneke filma en Europa Juegos divertidos (Funny Games, 1997) con un reparto que incluía al difunto actor Ulrich Mühe —de notoriedad reciente con La vida de los otros— y a Susanne Lothar. La tesis detrás de aquel proyecto era atacar la engañosa representación de la violencia, en específico dentro del cine estadounidense, así como su efecto satisfactorio en el espectador de ese país.
No tengo empacho, como cinéfilo, en confesarme además voyeurista. Ese placer —el de observar algo que quizás no debería— es sin duda el que me atrae al cine, lo quiera o no. Por supuesto, todo voyeur detesta ser visto y para eso la oscuridad de la sala cinematográfica es idónea. Terrible la sensación de estar siendo, como los personajes de la pantalla, observado. En Juegos divertidos somos no sólo expuestos sino también castigados por permanecer en la butaca y no abandonar la sala de cine. La ocasión para volver a hablar de dicha película es su refrito, en manos del mismo director, aunque ahora filmado en los Estados Unidos e interpretado por actores reconocidos para el gran público. Sin embargo, es ese mismo público el que, por desgracia y a pesar de las buenas intenciones de Haneke, nunca la verá.
Juegos divertidos (Funny Games US, 2007) —traducida en nuestro país como Juegos sádicos— abre con la toma aérea de un automóvil corriendo por una carretera. En él viajan George (Tim Roth), Ann (Naomi Watts) y Georgie (Devon Gearhart), quienes conforman una familia bien avenida, culta y acomodada a la cual vemos dirigirse en el comienzo del filme hacia su casa de campo para pasar ahí el fin de semana. Son la imagen estereotípica —con perro incluido— de la familia nuclear y pequeño burguesa. A las pocas horas del arribo, ven su tranquilidad interrumpida ante la aparición de dos jóvenes, Paul (Michael Pitt) y Peter (Brady Corbet). Amables, bien vestidos, educados —uno de ellos incluso torpe— se introducen en la casa con pretextos para pronto someterlos a juegos de crueldad, persecución y muerte. Sin aviso se presentan, además de la historia y los personajes, guiños hacia la experiencia visual y hacia el propio espectador. De vez en cuando, Paul nos habla directamente para cuestionarnos de parte de quién estamos o cómo quisiéramos que terminara esta historia o si pensamos que con lo visto es suficiente o aun si las torturas inflingidas nos dan para un largometraje entero. La primera vez parece no ser cierto. Quizás sólo está mirando a su amigo. Pero al repetirse la ruptura de fronteras hacia el universo más allá de la pantalla se vuelve clara la ratonera autorreflexiva que nos tiende Haneke. La invitación al juego se extiende al público para convertirlo en cómplice y alcanza su punto máximo en la utilización de un control remoto al revertir el triunfo de las víctimas frente a sus victimarios y al darle al espectador esta suave bofetada fustigándolo por sentir placer con la muerte de uno de los torturadores.
Haneke juega también haciendo alusiones a las cintas o las series de televisión que se esfuerzan para explicar la conducta criminal a través de sobados argumentos como el abuso durante la niñez, las drogas o el incesto. Estos jóvenes criminales no tienen ningún motivo fuera de su abulia. A diferencia de las tramas típicas en las cuales los niños se salvan, aquí los criminales no ostentan ninguna contemplación. Los más débiles perecen. Primero, el perro de la familia. Después, el hijo. Se nos sigue tentando con referencias al cine visto hasta el hartazgo donde el bien siempre triunfa y los buenos exterminan a los malos. De nuevo, el cineasta nos pone a prueba y nos desafía a quedarnos para ver, sufrir o gozar más, cada vez más. Por supuesto, lo hace fuera de toda convención. Nunca es fácil enfrentarse a sus filmes. A lo largo de ellos, nos vemos invadidos por un sentimiento de incomodidad. Nunca sabemos si reír, llorar o salir corriendo. Algo así sucede con La pianista (2001) o aun con El observador oculto (2005). Para quien ya conoce su estilo, este sentimiento de zozobra no representará ninguna sorpresa. Para los incautos, la experiencia no dejará de ser angustiante, incluso nauseabunda. Y eso a pesar de que la violencia explícita en Juegos divertidos se nos escamotea, siempre se haya fuera de la intrusión de la cámara. Quizás por eso es más amenazadora.
Aún tengo reservas en cuanto a si lo hecho por Haneke es valioso o no. En general, la primera vuelta de Juegos divertidos, la de los años noventa, me agradó como experimento y nada más. Ahora, la excusa para realizar un refrito, exactamente igual pero con actores reconocidos y en inglés es que aquella cinta no atrapó al público para el cual fue planeada, el estadounidense. Sin embargo, dudo que Juegos divertidos (versión EUA) llegue de veras a ese público tan culpable de regocijarse con la violencia artificial y que, a través de la cinta, se cuestione cómo se representa o cómo reacciona ante ella. Esta segunda vuelta —aunque a su cargo esté un realizador tan apreciado por la crítica— termina siendo fútil pues el público al cual se supone está dirigida no irá ni por equivocación a verla, ya sea por falta de distribución o por simple desinterés. El gran público, ése mismo que en los años ochenta disfrutaba con Stallone o con el ahora gobernador de California, difícilmente asistirá al cine a ver la más reciente cinta de un tal Michael Haneke aunque en ella estén los familiares rostros de Watts y Roth. Eso no ocurrirá ni en Norteamérica ni aquí en México. La recepción estará limitada a los seguidores del cine de autor y nada más. Como laboratorio fílmico para conmocionar al espectador y modificar la experiencia pasiva del voyeur, Juegos divertidos resulta gratificante. Al transformarla en refrito para el público de Norteamérica, Haneke pecó de ingenuo.

Juegos divertidos (Funny Games US, 2007) Dirigida por Michael Haneke. Producida por Christian Baute y Chris Coen. Protagonizada por Tim Roth, Naomi Watts, Michael Pitt y Brady Cobert.

El avance: http://www.youtube.com/watch?v=Ec-70W_K77U