La cagadita del mes


Como ya lo di a entender en una entrada anterior, vi hace varios años -como muchos de mi generación cuando eran niños- la película de acción mitológica Furia de titanes (Clash of the Titans, 1981) del inglés Desmond Davis. Vista entonces resultaba entretenida, emocionante y para mí -niño extrañamente aficionado a los mitos helénicos- más que un festín para la mente. La recordaba de forma nebulosa. Eso a pesar de haberla grabado en Beta o VHS en algún momento de mi vida y de haberla visto más de una vez. Así que cuando supe que iban a hacer un refrito la busqué en YouTube, la encontré y me la eché en mi Ipod. Oh, decepción. Aunque los efectos especiales eran de primer nivel en aquella época, en ésta no son nada convincentes. Ni qué decir de las actuaciones. Desiguales por completo. Desde un Laurence Olivier ya en decadencia, pasando por Maggie Smith (¡en toga!) como la irascible Tetis y hasta acabar con un héroe, Harry Hamlin, que desentonaba por completo con los demás por su acento gringo. Pero al menos, según recuerdo, se respetaba el mito de Andrómeda, Perseo y Medusa. Dentro de lo que un producto hecho para entretener se permitía, claro. Uno sabía que al menos ahí estaban los dioses en el Olimpo, cada uno con su rol: Zeus, Hera, Poseidón, Afrodita, Tetis, Atenea, etcétera. Los mismos sobre los que yo había leído en libros ilustrados tenían rostro y hablaban con un muy elegante acento británico.
Después salió el avance del refrito. Y entre la nostalgia y los engaños de todo buen avance cuyo único propósito es arrastrar al espectador al cine, la publicidad logró su efecto en mí y esperé -no voy a decir que impaciente porque no era para tanto- el estreno de la nueva versión de Furia de titanes (Clash of the Titans, 2010). Debí haberlo sabido. Ese avance con estética 300 -¿se puede hablar de estética al referirse a ese otro churro?- debió haber hecho sonar la alarma contra porquerías. No lo hizo. Ésta es la razón por la que ya no estoy dispuesto a gastar de diez a quince dólares en películas comerciales salidas de Hollywood. Sí, de vez en cuando, no estoy para hacer trabajar el coco y cruzo los dedos para que al menos la gringada esté entretenida, para que no sea la peor bazofia que mi estómago de cinéfilo haya con mucho esfuerzo digerido. Pues ocurrió: Furia de titanes es la cagadita del mes. O quizás la del año. La taquilla estadounidense (o no sé si la canadiense también) podrá contradecir todo lo que quiera esto pues hoy amaneció en primer lugar de su listado. Pero cualquier crítico que se precia de serlo está haciéndola cachitos. Y como a mí sí me dolió el codo por los quince dólares que pagué el viernes pasado voy a hacer lo mismo que ellos aunque para echarle mierda a algún bodrio ya esté yo un poco oxidado.
En principio, el director Louis Leterrier -que vaya a saber uno en qué albañal de París fue concebido- se concentró únicamente en actualizar los efectos especiales, en masacrar el mito original que de tan desfigurado ya no resulta remotamente familiar y ni siquiera corrigió los pecadillos ingenuos -como la discrepancia en los acentos- de la cinta precursora a la que él dice admirar con locura. El autor de glorias cinematográficas como El increíble Hulk (2008) y El transportador 2 (2005) nos presenta a Perseo, humilde muchacho adoptado por un pescador quejumbroso y anoréxico (Pete Postlethwaite cada vez más flaco), ante la tragedia de perder a su familia simplemente porque a un colérico Hades (Ralph Fiennes) se le dio la gana. Desde aquí me di cuenta de que debía abrocharme el cinturón ante el horror que estaba a punto de presenciar: típico "¡noooooooo!" acuático mientras el muchacho trata de salvar a sus padres y hermanos atrapados en el vientre del barco que se hunde. Mientras tanto, los dioses comandados por Zeus -quien ya sabemos es el verdadero padre de Perseo- están ofendidísimos porque los humanos, sin muchos motivos fuera de los que han tenido desde el principio de los tiempos, han decicido dejar de adorarlos y tumbar todas sus estatuas monumentales. En un cambalache delirante entre el mito helénico y el cristianismo, Zeus (Liam Neeson) le da manga ancha a Hades para que castigue a los humanos de Argos (o Joppa o Troya o Atenas o dondequiera que estemos) con el monstruo Kraken que aquí resulta ser el más querido retoño del rey del averno.
En el Olimpo de Leterrier los dioses han dejado las togas y han desempolvado tremendos pelucones, se han puesto rímel y llevan puestas unas armaduras más resplandecientes que el sol. Poco importa quién de todos esos incómodos emperifollados es quién. Si acaso, se mencionan tres nombres: Zeus, Hades, Poseidón y un Apolo de antología por lo metrosexual que resulta. Corte a un Perseo interpretado por Sam Worthington acabadito de salir de Avatar y ya considerado como la carne más fresca y popular en el medio hollywoodense. Eso sí, sin peluca y, a diferencia de Harry Hamlin, el Perseo ochentero, muy tapadito. Nada de taparrabos. Nomás su faldita romana. Perdón, griega. Sus capacidades histriónicas, sin embargo, no son superiores a las de aquél. Su rango va del murmullo al grito. Pero sin tonos medios. Esto es lo que pasa cuando se le da el rol principal a un aficionado.
En fin, nuestro héroe llega a Argos (o donde sea) y en menos de diez minutos es conducido hasta una especie de orgía light donde Casiopea, muy pasada de carnes y de años, desafía a los dioses resaltando la belleza de su hija Andrómeda. Sin que aún pasen los diez minutos, se les aparece un Hades que la mitad del tiempo parece drogado, hace pasita a la tal Casiopea, reconoce en Perseo al hijo de Zeus, éste reconoce en Hades al ser sobrenatural que mató a su familia adoptiva, todos ven en Perseo a un semi-dios y comienza la misión para salvar Argos y de paso la vida de Andrómeda, pobre muchacha inocente que le advirtió a su madre que no fuera tan soberbia. Perseo está reticente. Como niñito rebelde argumenta que Zeus no es su padre y que él no es un guerrero menos un semi-dios sino un humilde pescador. Pues te chingas, maldito semi-dios, le dicen los guerreros de Argos que antes de partir sacan de un baúl al búho mecánico, regalo de Atenea en la cinta precursora como guiño mamón y, en este punto, como patada en los testículos para todos lo que teníamos un buen recuerdo de aquella experiencia fílmica. No faltan los dos chiflados (uno gordo y uno flaco) que se unen a la misión ni el predicador -¿un predicador en la antigua Grecia que de manera sospechosa recuerda a los hare krishna?- que ni para humor involuntario sirve.
Y así, Perseo y sus secuaces se enfrentarán a un híbrido de Calibós y Acrisio (este señor quemado por Zeus cuando intentaba echar a la embarazada Dánae al mar es los dos al mismo tiempo), peón enviado por Hades. También lucharán contra los escorpiones gigantes que nacen de la sangre negra de Acrisio. Tendrán amigos en el camino: una mujeraza despampanante -ésta sí en toga y siempre muy maquillada- bajo la terrible maldición de la inmortalidad y, claro, Pegaso, el famoso caballo alado que en un extraordinario giro de tuerca, en un acto de suprema subversión de Leterrier no es blanco sino... ¡negro! Con eso de que el negro está de moda porque también está en la Casa Blanca. Después de algunas muertes, de consultar con unas ancianas muy voraces y de pasar por el río Estigia, Perseo y sus amigos llegan al templo de Medusa. Medusa, cuya fealdad es bien conocida. Medusa, un monstruo tan horrendo que es lógico que con sólo mirarla nos convirtamos en piedra. Pues la Medusa de Leterrier es la cosa más rara que se haya visto: a diferencia de todos los otros efectos especiales del filme, la Medusa parece lo que no debería y que sabemos es. Es decir, una creación de la computadora. Un pegoste digital. Falsísima. Y para colmo con una cara de modelo cibernética y una risita muy poco aterradora. Me recordó a Simone (2002). Lo que sucede a partir de aquí es sabido: Perseo le corta la cabeza a Medusa y rescata a Andrómeda no sólo del Kraken sino también del predicador desquiciado con pinta de hare krishna. Por supuesto, lo hace con su Pegaso negro. Y, como reza el mito, ¿Perseo y Andrómeda se enamoran y nos miran desde las estrellas?
Pues no. No en realidad. Decidido a transformar el mito de tal forma que nada nos resulte repetitivo (después de todo esta historia, ha de pensar él, se ha contado hasta el cansancio muchas veces), Leterrier pone al humildísimo Perseo de vuelta en el mismo lugar donde perdió a sus padres y hermanos. Perseo vuelve a ser pescador y por obra y gracia de Zeus se queda no con Andrómeda a quien ni siquiera miró más de dos veces sino con la inmortal aquélla que lo acompañó en su misión, la muy advenediza. Y yo me pregunto al final, ¿entonces para qué tanto pedo? Bien pudieron dejar la misión a medias y largarse a la playa a retozar amorosamente en lugar de torturarnos con tanta peluca, rímel, faldita romana y efecto especial barato. En fin, eviten este bodriazo que amenaza con estrenarse en México el 16 de abril. Preferible para matar el tiempo a pesar de sus defectos es la original todavía en YouTube (http://www.youtube.com/watch?v=jrHA120h2LU)

El engañosísimo avance de este deleznable refrito: http://www.youtube.com/watch?v=q6CJenNMsb4