Retomando el tema de Haneke


Después de dos semanas de revisiones intensas por el final del cuatrimestre en la UQÀM, actualizo esta bitácora y lo hago retomando un tema que dejé pendiente hace ya meses: el de Michael Haneke. Antes de meterme de lleno en la ya atrasadísima reseña de su más reciente trabajo, aquí va un pequeño comentario sobre Benny's Video, largometraje de 1992:

Benny’s Video (1992) antecede a Funny Games —hablando de su primera versión del 1997; la reseña a la segunda del 2007 se encuentra aquí— en la constante preocupación de Michael Haneke por el discurso de la violencia y, en especial, la forma en que ha sido banalizada por los medios masivos. Si en Funny Games el planteamiento se extiende más allá de la pantalla cuestionando incluso al espectador e incitándolo a renunciar a la experiencia cinematográfica, Benny’s Video se mantiene dentro de los linderos establecidos por la ficción. No por eso resulta un bocado fácil de digerir. Como acostumbra, Haneke en ningún momento subestima al espectador y lo obliga a trabajar las neuronas más allá de lo normal.
El Benny (Arno Frisch) del título es un adolescente austriaco cuya existencia se encuentra regida por su afición a los videos. Su recámara —en las entrañas de un departamento familiar de Viena que refleja la presencia de unos padres de gustos tan acomodados como ilustrados— es además un cuarto oscuro donde las imágenes no necesitan ser reveladas porque todas pueden reproducirse de inmediato sobre la reconfortante superficie de una pantalla. Incluso el espectáculo de la calle a la que da su ventana no es visto directamente sino a través de otra caja luminosa. Benny, como muchos chavos de su generación —de ésos que ya crecieron con la tecnología de los videos caseros y entre los que me incluyo— solamente contempla la realidad a través de esas pantallas. Porque más de una vence la oscuridad de su habitación. Y, de acuerdo con el planteamiento de Haneke, ésa en las pantallas no es la realidad de a de veras. Este joven voyeur en ciernes comienza su aventura fílmica al reproducir, rebobinar y pausar sobre la imagen de un cerdo que es sacrificado durante un fin de semana en la granja familiar. Al rebobinar la cinta, el cerdo vuelve a moverse, vuelve a respirar y, de esa forma, quien tiene el control remoto en la mano es capaz de otorgar la vida y la muerte (una idea desarrollada con mucha mayor claridad en Funny Games cuando uno de los torturadores, Arno Frisch otra vez, toma el mando a distancia para revivir a su compañero).
Poco después, en sus constantes visitas al videoclub, Benny traba amistad con una muchacha de su edad (Ingrid Stassner). Aunque no le faltan amigos en la escuela se da la relación con alguien que por su afición a las imágenes le resulta simpática. Luego de invitarla al departamento de su familia, mientras sus padres se encuentran unos días en la granja y en verdadera bravuconada juvenil, recrea el sacrificio del puerco. Esta vez, aunque también capturado en video, no será capaz de volverla a la vida. Esta vez no será tan fácil acallar los gritos de dolor de quien sólo morirá tras tres intentos. Y nuestra perspectiva, por supuesto, estará filtrada por la caprichosa pantalla de televisión —no la nuestra, claro, sino la de Benny— que en su inutilidad nunca podrá capturarlo todo. No habrá razones para este acto. Tampoco una explicación. El protagonista lo hizo sólo para saber qué se sentía. Una vez más, como suele suceder en los filmes de Haneke —incluido La pianista cuya añeja reseña se halla aquí— le toca al espectador decidir los porqués. Haneke, en la entrevista que acompaña a la cinta en el devedé, dice hacer lo mismo que otros han hecho ya en la literatura, en la pintura o en cualquier arte: dejar un espacio al espectador para la libre interpretación de aquello que escucha, lee o mira. No sabemos a ciencia cierta si en la mirada de Benny hay arrepentimiento, culpa, indiferencia o miedo. El director da un paso más hacia la suprema provocación cuando Benny, todavía impávido, les muestra a sus padres (interpretados por Angela Winkler y Ulrich Mühe) el video donde se observa cómo mata a la niña. Serán ellos quienes tendrán que decidir qué hacer. Bien pueden denunciar a su hijo o bien pueden emprender la tarea de deshacerse del cadáver. La balanza se inclina finalmente hacia la salvación del retoño, hacia barrer los sangrientos problemas ocultándolos debajo de la alfombra. Y, claro, un misterio más nos tendrá reservado Michael Haneke durante el cierre del filme.
Benny’s Video, para concluir, es una pieza más del mosaico que conforma la cada vez más fascinante obra de Haneke. Uno de gran importancia para comprender de dónde vienen algunas de las obsesiones actuales del cineasta. Entre ellas, los efectos de la representación visual de la violencia por parte de los medios masivos, la simulación dentro de una sociedad primermundista donde nada debe alterar la armonía establecida y, por supuesto, los diferentes desafíos planteados al espectador frente a una obra de arte que no lo mira por debajo del hombro.

Entrevista esclarecedora que acompaña en su devedé a la primera versión de Funny Games (con subtítulos en español): http://www.youtube.com/watch?v=G8-z8FUhIKg