Ensayo de adaptación


Pues se murió Saramago y como hoy amanecí oportunista reproduzco el siguiente artículo sobre la adaptación cinematográfica de su Ensayo sobre la ceguera. Se publicó en la revista Espacio 4. No muy elogioso, pero en fin. Ah, y hay conexión con Canadá, créase o no. Aquí va el texto:

Difícil tarea, sino es que terrible, la de quien adapta una novela célebre a la pantalla grande. Esa persona se enfrentará sin remedio a las críticas de legiones de lectores los cuales, sedientos de sangre, reclamarán la cabeza del guionista por haber traicionado con su adaptación espuria las imágenes hiladas dentro de la mente de cada uno de ellos. Peor aún si el filme no se encuentra a la altura del texto precursor. Y, sin embargo, los guionistas se atreven a hacerlo. Quién sabe qué habrá pasado por la cabeza del canadiense Don McKellar para decidirse a adaptar Ensayo sobre la ceguera del portugués José Saramago. Pero de sus manos el guión fue a dar a las del brasileño Fernando Meirelles, conocido por Ciudad de Dios (2002) y El jardinero fiel (2005). El resto es ahora, con el estreno, historia. McKellar, aunque quizás desconocido en nuestras tierras, no es ningún novato en Canadá: director él también, escribió El violín rojo (1998) al lado de François Girard. Además ha aparecido como actor en cintas de directores como Atom Egoyan y David Cronenberg, compatriotas suyos. En la Ceguera de Meirelles no habrá excepción apareciendo este hombre orquesta también en el papel del ratero.
No puedo decir que sea un fanático de José Saramago ni que me entusiasmara en demasía esta novela del premio Nobel en particular. Igual sentimiento albergo al enfrentarme a Ceguera (Blindness, 2008). El punto de inicio, algunos lo sabíamos de antemano, es una intersección dentro de una ciudad desconocida que podría ser cualquiera en la actualidad. En este caso, la filmación se repartió entre Toronto, Sao Paulo y Montevideo. El tráfico —ese correr interminable de autómatas cuya única meta es llegar a tiempo a dondequiera que vayan— se ve de súbito interrumpido. Pronto el enojo y la desazón se hacen presentes. Un hombre se ha vuelto ciego esperando el siga. Con el paso de las horas, su misteriosa enfermedad, la ceguera blanca, alcanzará a un oftalmólogo (Mark Ruffalo), luego recluido junto con su mujer (Julianne Moore), inmune a la enfermedad, en un lugar aislado y por demás insalubre. Poco a poco se verán rodeados de otros enfermos puestos en cuarentena y las condiciones de vida se tornarán infrahumanas. El reparto de personajes lo completan Alice Braga, Sandra Oh, Danny Glover, Maury Chaykin y Gael García Bernal.
Para todo aquel espectador indignado con las decisiones tomadas por Meirelles y McKellar, basta recordar que estamos ante dos manifestaciones artísticas diferentes con sus propios lenguajes y reglas. Las variadas interpretaciones nunca corresponderán con las de un guionista o un director. Inútil entonces la comparación tan sobada donde se termina diciendo que el libro es mejor que la película. Olvidan además a todo aquél que no han tenido ningún acercamiento a la obra literaria. Quienes no vayan advertidos harán preguntas inútiles como de dónde viene la dichosa ceguera blanca o por qué la esposa del doctor no fue contagiada por este mal. Por dondequiera que se mire, Ceguera es una cinta que complacerá a pocos y eso porque al convertirlos en meras alegorías los personajes dejan detrás de sí un poco de su humanidad y, al observarlos en la pantalla con rostros, sí, pero aún desprovistos de nombres o de pasado los horrores experimentados por ellos se tornan menos impresionantes. Sale al final el espectador con la contradictoria sensación de indiferencia y de no haber saboreado hasta el máximo la experiencia relatada en el libro. Sin embargo, lo más incómodo será quizás la tesis hallada por debajo de la suciedad y la redención donde los anarquistas perecen y los democráticos se salvan.
Hay aquí, en el guión de McKellar y en la realización de Meirelles, un afán de mostrar la aldea global con todas sus peculiaridades, razas, acentos y colores. No me extraña al saber que es un canadiense quien realiza la adaptación. La ciudad desplegada frente a mis ojos en la pantalla (sino fuera por algunas palmeras intermitentes) bien podría ser una de ese país. Es ésta la verdadera Babel de nuestros días donde es posible escuchar en el aire palabras en diversos idiomas y donde todas las razas se entremezclan para luego colisionar. El discurso oficial de la inclusión y la diversidad pareciera haberse trasladado a la elección de actores e ir más allá de los azares de la coproducción. Es ése el trazo dejado por las últimas imágenes donde los sobrevivientes pueden convivir en la misma casa y comenzar a llamarse familia.
Tras su estreno comercial, el largometraje seguirá dividiendo opiniones después de haberlo hecho en los festivales ya visitados: Cannes, Toronto, Morelia. Si no fuera por la fugaz presencia en el reparto de Gael García Bernal, difícilmente Ceguera habría tenido una distribución tan rápida en nuestro país. Las coproducciones entre Brasil, Canadá y Japón por lo regular tardan meses ante otros estrenos más apremiantes y mucho menos atractivos para el intelecto, aquéllos que, ya sabemos, vomita incesante la fábrica de sueños hollywoodense. A final de cuentas, sin embargo, no hay nada que lamentar. Llegue tarde o temprano nos hallamos ante un ensayo de adaptación que, con el tiempo, quedará en el olvido.

Ceguera (Blindness, 2008) Dirigida por Fernando Meirelles. Producida por Niv Fichman, Andrea Barata Ribeiro y Sonoko Sakai. Protagonizada por Julianne Moore y Mark Ruffalo.

El avance: http://www.youtube.com/watch?v=KTivdzpDqP0