Montrealenses (II): En bixi hasta La/china


El habitante de Montreal -modernísimo ser humano del siglo XXI- está tan al tanto como el Nobel Al Gore de los terribles problemas ecológicos alrededor del mundo y, por eso y también por su sacrosanta salud, se monta en su Bixi para recorrer con ella la isla. Sí, la Bixi, esa compañera fiel que se encuentra omnipresente en cada calle del centro, lista para ser rentada y servirle de transporte a los montrealenses por módica cantidad. O si no rentan, ellos compran su propia bicicleta para sentir los beneficios del ecologismo y de la actividad física. Tan pronto montan en el medio de transporte individual, Montreal se convierte en radical bici-dictadura. Si contribuyo al abatimiento del cambio climático y para colmo ejercito mi cuerpo -ha de pensar el montrealense- háganse a un lado, carros contaminantes y lentos peatones. Sí, porque llueve, truene, relampaguee, haga viento, haya partido de los Canadiens, caiga nieve, haga un calor húmedo de la chingada, pase lo que pase, el habitante de la isla se sube al asiento de la bicicleta y sin decir ¡agua va! circula sí por ciclopistas pero también por calles y por banquetas. Frente al cochino y asqueroso auto emisor de gases contaminadores los bicicleteros no pueden hacer nada más que servirle como carne para sádico atropellamiento. Frente al peatón son unos dioses en miniatura. Sobre la banqueta, insultan con su velocidad al caminante. En los vagones del metro y en los elevadores del edificio donde viven piden que les abran cancha a ellos y a sus armatostes de llantas y metal. Ésas no son sus únicas exigencias: pistas sólo para ellos, cierre de calles durante el verano, condena a quienes condicionados por un estilo de vida caduco se atreven a seguir usando un automóvil. Así, cual monstruos mitológicos, los montralenses bicicleteros y su queridas bicis llegarían hasta LaChina. La del canal, claro.