Montrealenses (III): latinoamericanismo exotique


Ah. Nada como escuchar a los montrealenses decirme, cuando les anuncio mi inminente viaje de regreso al terruño, que me divierta, que descanse; pero, sobre todo, que disfrute del sol, de la playa y que me broncee. Poco importa explicarles que no voy a los destinos turísticos que ellos acostumbran, sino a la estepa del seco Nazas, al centro del norte, a donde no hay ninguna playa ni costa a la deriva, a ese lugar semi-desértico del cual apenas se enteraron el pasado fin de semana por la nota roja internacional. De poco sirven las explicaciones. Para el montrealense toda Latinoamérica es playa, sol, mar y las músicas más deleznables que alguien haya concebido en la historia de esta planeta: la salsa, el merengue. ¿No bailas salsa?, ¡no eres mexicano!, me grita por un oído ya sordo de tanto escucharlo el montrealense promedio que se me queda viendo boquiabierto y con los ojos pelados al aclararle que la salsa mexicana es la que se hacía en el molcajete ("¿molca... quoi?"). Que a poca gente en el norte de México le interesa la música salsa, que no voy a ni vengo de la costa ni del trópico sino que soy originario de una ciudad (jodida, terregosa, chiquita, poco importante y ahora para colmo violenta; pero ciudad al fin y al cabo). Al norte ningún montrealense viene. Le parece muy gringo, muy norteamericano, nada exotique. Como si uno no perteneciera a esta nación ni a esta cultura sólo por cuestiones geográficas. Le chiflan las ruinas y los "autóctonos". A los más enterados, lo colonial. Pero todavía más lo vuelven loco la brisa marina, la sensación de la arena en las manos, la tatema bajo el astro güey y su Corona a la mano. Olvida por completo que se haya en un país extraño y extranjero: confía en los "autóctonos", sale de madrugada sin paranoias, podría incluso trabar una bonita amistad con algún "empresario" de riqueza inexplicable. Y eso porque lo mismo haría en su país de origen, lo mismo haría con toda su ingenuidad. Después, si algo malo le ocurre, se sorprenderá ante la (in)justicia mexicana y le irá a llorar a su gobierno y a los medios masivos para que todos los otros montrealenses se enteren de que México es una tierra sin ley. Eso si sobrevive. Pero la gran mayoría regresa con mucha satisfacción al vasto norte con las pilas recargadas para una vez más enfrentarse a ese traumático acontecimiento de cada año que lo empuja a buscar estadías en la muy pintoresca Latinoamérica: el invierno.