Dos trilogías europeas (2 de 2): Red Riding


Son muy pocas las ocasiones en que una película hecha para la televisión logra estándares de calidad tan altos que después se decida exhibirla en una sala cinematográfica. Cada vez, gracias a los recursos de producción en el medio televisivo, esto parece ser más frecuente. Sin embargo, sigue siendo raro, casi anómalo. Todavía se perpetúa de forma mayoritaria el prejuicio de que a los grandes histriones del cine no los podemos ver en estas producciones. De ahí que se considere una depreciación pasar de la pantalla grande a la chica. De ahí que resulte casi increíble el logro de la trilogía Red Riding -en un principio transmitida por la televisión en Gran Bretaña- ya que después de estar presente dentro de la pantalla chica fue exhibida en algunas salas de cine en Estados Unidos y en Canadá. Finalmente, hace poco, fue estrenada en el mercado del devedé.
La trilogía se basó en tres de las cuatro novelas negras de David Peace cuyo centro de realidad alrededor del cual se tejía la ficción eran los asesinatos cometidos por Peter Sutcliffe -el infame destripador de Yorkshire- durante los años setenta y ochenta. Red Riding, sin embargo, va más allá del caso de este homicida serial y lo hace develando, como toda buena obra del género negro, redes de corrupción, secretos nada luminosos y pecados añejos que no permiten el descanso de la conciencia. A diferencia de Millennium -la trilogía europea que reseñé antes- ésta se encuentra concebida desde el principio como tal y todas las piezas embonan a la perfección para darnos un cuadro coherente desde el inicio hasta el desenlace. La trilogía Red Riding (2009) se halla entonces compuesta por 1974 de Julian Jarrold (Becoming Jane), 1980 de James Marsh (oscareado por el excelente documental Man on Wire) y 1983 de Anand Tucker (Hilary y Jackie).
1974, la primera entrega, está protagonizada por Eddie Dunford (Andrew Garfield, actor que pronto será conocido por las masas acéfalas como el nuevo Hombre Araña). Dunford es un joven reportero de nota roja, ambicioso y arrogante, que en busca de notoriedad relaciona varias desapariciones de niñas con la más reciente: la de Clare Kemplay. Cerca o quizás no tanto de estas desapariciones descubrirá una red de corrupción encabezada en apariencia por un empresario de nombre John Dawson (Sean Bean, Boromir en otra sí famosísima trilogía). En la búsqueda no podrá faltar la mujer en problemas, la madre de una de las niñas desaparecidas, que para colmo será también amante esporádica de Dawson y de quien Eddie se enamorará: Paula Garland (Rebecca Hall, la injustamente ignorada Vicky de Vicky Cristina Barcelona). Una vez descubierto el cadáver de Clare, la pasión por Paula llevará a Eddie a enfrentarse a fuerzas que sabe sobrecogedoras, fuerzas capaces de transformar una mentira en realidad, de hacer pasar absurdos por hechos como lo confirma el arresto de un subnormal por el asesinato de la niña. 1974 funciona por sí sola y, sin embargo, oculta suficiente información -incluso nos presenta un final ambiguo- como para darle cabida a los episodios subsecuentes.
A diferencia también de otras trilogías donde el segundo episodio desmerece ante el primero, 1980 resulta incluso mejor. 1980 se enlaza con 1974 en el final explosivo de ésta, en la masacre del bar con la que las vidas de Dunford y Dawson colisionan pues el protagonista de la presente entrega, Peter Hunter (Paddy Cosidine, el hermano fanático y borracho de My Summer of Love), es el policía encargado de investigar dicha masacre. Sin embargo, debe dejar sus pesquisas tras un aborto involuntario de su mujer y no es hasta el año en cuestión, el que le da título a la cinta, que Hunter es llamado para resolver el caso del destripador de Yorkshire. Pareciera que ni uno ni lo otro está relacionado; aunque digamos que la corporación policiaca es lo que une ambas historias. Y Hunter, como Dunford antes, se acerca demasiado a una realidad que muchos de sus colegas prefieren mantener oculta. Mientras se reanima la relación amorosa y clandestina con una de sus colegas, el recto y nada corruptible Hunter va descubriendo que o hay dos destripadores sueltos o alguien se aprovechó para hacer pasar un asesinato como eslabón más en la cadena. Con el arresto de Sutcliffe, el engaño se hace evidente y Hunter verá, como Dunford antes, su vida en peligro.
1983 no tendría razón de ser una vez encarcelado Sutcliffe casi al final de la entrega anterior. Pero para el espectador quedan muchos cabos sueltos de 1974 y de 1980, preguntas que aquí encontrarán su respuesta en, como ya dije antes, una trilogía coherente y bien trazada desde un principio. Una niña más desaparece al comienzo de la cinta y la búsqueda de la verdad de un abogado fracasado (Mark Addy, el gordo de Full Monty) y los remordimientos de un policía corrupto dibujarán el camino hacia la resolución de los enigmas. Aquí es donde se nos hará evidente la sucia red que llevó a los protagonistas anteriores a su perdición por haberla presenciado de muy cerca. Retrotraerse en el tiempo será obligatorio y el punto de vista del policía Maurice Jobson (David Morrissey), personaje secundario en los otros filmes y principal aquí, será necesario para comprender el entramado maliciosamente tejido por el autor de las novelas. Cuando dos personajes más (un reverendo y un prostituto) que estuvieron casi tras bambalinas a lo largo de la trilogía vuelvan a encontrarse, podremos al final de este largo túnel vislumbrar un poco de esperanza dando así, con una escena conmovedora, término a este periplo en todos sus aspectos satisfactorio.
Por desgracia, ya hay refrito hollywoodense en puerta.
Ante esto, habrá que buscar siempre las cintas originales.

El avance: http://www.youtube.com/watch?v=Nx5rqw9tXB8