George Lucas la hace de nuevo


Ya lo veía venir después del fenómeno de Avatar. George Lucas, alias el Gallo Claudio, no se podía quedar atrás. Menos si el lentudo maguito está a punto de comerle el mandado convirtiéndose en la "franquicia" cinematográfica más rentable. Así que a sacar sus dos trilogías (la "clásica" y la pedorra repleta de efectos computarizados) en tercera dimensión antes de que eso suceda. Para muestra de que esta jugarreta ya se las había hecho a sus hordas de seguidores basta un botón: la vieja reseña sobre la trilogía "clásica" de mi columna "El bueno, el malo y el feo". No se necesitaba ser Nostradamus para predecirlo. Va aquí el texto de, imagino, 1996 o 1997:

La esperanza de las taquillas
Las fórmulas para fabricar dinero en la industria del cinematógrafo son ilimitadas. La más ingeniosa, sin embargo, fue la del director George Lucas. No era suficiente un triángulo fílmico, con una línea de bajo presupuesto atragantadora de las taquillas, madre de infinidad de artículos cuya estampa era un casco negro y revolvedora de las entrañas del género de ciencia ficción. Lucas no se limitó con lanzar, el año antepasado, su famosa trilogía intergaláctica al mercado del video con la seria advertencia de que no se volvería a tener acceso a la versión original. No, Lucas cumplió su increíble promesa al darle una retocada a las tres cintas, estrenar estas ediciones especiales y rebosar sus bolsillos con millones de dólares (y pesos) así como los de Obi-Wan Kenobi (Alec Guiness) y la princesa Leia (Carrie Fisher), por las regalías.
¿Para qué detenerse con falsas nostalgias como muchos otros lo han hecho? ¿Para qué repetir el “fue mi primera película”, “me acuerdo como si fuera ayer” o el sobado “qué tiempos aquéllos”? ¿Para qué maldecir a Lucas por la cirugía considerándola un sacrilegio al primer trabajo? Mejor hay que decir que Industrial Light and Magic (ILM para los cuates), la compañía de efectos especiales dirigida por Lucas, realizó los siguientes cambios cibernéticos a La guerra de las galaxias (Star Wars, 1977) con motivo de sus primeros veinte años de vida: más soldados imperiales montados sobre monstruos a la Parque jurásico, una espectacular entrada a Mos Eisley, la subsecuente salida del Halcón Milenario, el ataque por parte de Greedo para que Han Solo (Harrison Ford) no se vea tan cruel, la conversación con un Jabba computarizado y eliminado en la versión original, más naves en los escuadrones rebeldes, el eco en la secuencia donde Luke Skywalker (Mark Hamill) y la princesa vuelan incestuosamente sobre un precipicio, la multitud de enemigos de la cual Han y Chewbacca salen huyendo, el encuentro de Luke con un amigo dentro de la base rebelde también desechado en 1977, las destrucciones climáticas tanto de la casi invencible Estrella de la Muerte como del planeta Alderaan y muchos otros detalles que escapan al ojo del espectador. En fin, meros accidentes. La esencia de La guerra de las galaxias subsiste.
Dejando de lado las correcciones y la capacidad de Lucas para llevar a las masas al cine -fanáticos ansiosos por el estreno, en el año 1999, de la nueva trilogía donde se relatarán las aventuras de Anakin Skywalker, alias Darth Vader, o hasta por el bastante posible reestreno, dentro de una o dos décadas, de otra edición especial con nuevas pinceladas-, jugaremos con la esencia del cuarto capítulo, titulado “una nueva esperanza”, en la epopeya de George Lucas. Utilizando un puñado de actores en ese tiempo desconocidos, excepto el brillante Alec Guiness con quien los británicos pudieron carcajearse por los años cincuentas en producciones de los estudios Ealing como Los ocho sentenciados de Robert Hammer o Su primer millón de Charles Crichton, Lucas crea una trama mitológica, un cuento de hadas, con alteraciones simples y situado en la era espacial: el héroe aniñado y tímido, el contrabandista sentimental, la princesa aprisionada y orgullosa, el ermitaño hechicero, el villano enmascarado (con la espeluznante voz de James Earl Jones) y los ridículos androides. Emplear caras nuevas, luego lanzadas a una fama incalculable a la cual sólo sobrevivió Harrison Ford, fue un acierto. Así como poner en manos de John Williams la música. El resultado es un filme entretenido y estético dentro de su propia realidad, dentro de ese mundo alterno y fantástico en el cual hasta los actores podrían perderse con diálogos sobre robots, naves espaciales o religiosidades oscuras. Una cinta de alta carga familiar, consecuencia de la visión infantilista de Lucas, que peca con besitos sumisos, expresiones como “esto me da mala espina” o situaciones a un centímetro de lo chusco. Un largometraje al cual se le sobrestima llamándolo clásico, pero cuyas admirables escenas de combate y acción serán repetidas con dificultad. La guerra de las galaxias, con o sin modificaciones, mercantilismo y recuerdos baratos es, desde hace dos décadas, una buena película y un signo de la “cultura” gringa en el mundo entero.

Los nibelungos siderales
El tercer acto de esta obra galáctica, el capítulo sexto en la historia escrita por George Lucas, estuvo a punto de llamarse La revancha del Jedi. Pero, considerando el carácter y la nobleza intrínsecas del caballero adepto a la Fuerza, cambió su nombre a El regreso del Jedi (The Return of the Jedi, 1983). Esta tercera cinta, donde por fin llega el triunfo final de las fuerzas rebeldes contra el imperio, constituye una decepción comparada con los logros de La guerra de las galaxias y El imperio contraataca.
Luke Skywalker rescata a un congelado Han Solo de las viscosas garras de Jabba. Una vez salvado a su amigo, Luke se une a los rebeldes en un plan para acabar con el emperador y su nueva estación espacial y, de paso, encaminar a su padre, Darth Vader, al bien. Los años no pasan en balde y, además del demacrado físico de Luke Skywalker, su alma también se ha lacerado. El título de caballero Jedi lo ha vuelto huraño, orgulloso y amargado. Surge otra revelación incoherente, como la del parentesco entre Vader y Luke en El imperio contraataca, y no prevista en el primer filme. Ahora, la princesa Leia también es hija del villano. Y ahí no terminan las quejas. Lucas no aprendió la lección con Yoda, contrató al director Richard Marquand y volvió a invitar a Frank Oz (el de los Muppets, junto con el fallecido Jim Henson). Los títeres están por doquier. Sobre todo, en el número musical del cuartel de Jabba. La cantante es un monigote trompudo con menos movilidad que una tortuga. Sin embargo, en la edición especial de El regreso del Jedi, este remedo de Pinocho se computarizó para que hiciera una danza exótica. Muchos fanáticos no conciliaron el sueño preguntándose qué le ocurría a la bailarina de piel verde al caer en la trampa del protuberante Jabba. Con el reestreno lo averiguarán. La misma actriz fue llamada, catorce años después, a completar sus escenas y, para alivio de ILM, aún conservaba su silueta. Otro traspié fueron esos enanitos peludos, los ewoks, engendrados para el esparcimiento de los infantes, pero también para el hastío de los mayores. Estos nibelungos siderales no son más que bufones que se solidarizan con los rebeldes por creer al quisquilloso androide C-3PO una deidad. Hasta el tan esperado emperador, jerárquicamente mayor en maledicencia que Vader, se hunde. ¿Cómo un venerable anciano con escasos dientes, capucha y figura encorvada puede intimidar a gran Lord Vader? ¿Cómo una momia decrépita, cuya gracia es lanzar rayos, pudo esclavizar sistemas solares y galaxias? Ni qué decir de ese final rodeado de sensiblería paternal, gnomos danzantes y música autóctona. Ya ni por ser la victoria definitiva de las fuerzas rebeldes alcanza los niveles de emoción de Las guerra de las galaxias o El imperio contraataca.
George Lucas consideró al norteamericano David Lynch (responsable por El hombre elefante, Terciopelo azul y por la excelente serie Twin Peaks) como realizador para esta secuela. A beneficio de ambos, Lynch desistió. De otra forma, El regreso del Jedi se hubiera convertido, desentonando con los anteriores capítulos, en un fracaso afín al de Dunas o en un sueño sadomasoquista de deformados, relaciones familiares torcidas y café mezclado con pasteles de cereza. O, con probabilidad, la demente maestría de Lynch la habría compuesto. No hay que especular, sino sólo decir que El regreso del Jedi, el episodio que cierra esta trilogía, es de los filmes malos.

El segundo acto
El trágico capítulo quinto, El imperio contraataca (The Empire Strikes Back, 1980), es el segundo largometraje, el más sombrío y siniestro, de la trilogía. Aunque la Estrella de la Muerte haya sido destruida, el imperio subsiste. Lord Vader está obsesionado por encontrar al joven Skywalker y sus rebeldes amigos. Al emprender la retirada del gélido planeta Hoth, el adversario logra atrapar a Leia y a Han, sacando a Luke de sus lecciones con Yoda y enfrentándolo en la ciudad de las nubes. Han Solo es congelado, la princesa se queda sin su amorcito y un manco Luke se entera, al estilo Televisa, de que su padre es Darth Vader.
Irvin Kershner, director a cargo de esta secuela, le imprime un sello frío y deprimente a los protagonistas, una presentación alejada de la puerilidad de Lucas. Los desiertos y las estaciones futuristas son remplazados por la nieve y las nubes crepusculares. La acción, los combates, los vuelos y las maquetas de El imperio contraataca son tan fascinantes como los de su antecesora. Las actuaciones, en cambio, son alteradas bajo el mando de Kershner. Los protagonistas exploran su lado humano, con frustraciones y dolores, y dejan de ser caricaturas.
Si la trilogía era una historia completa dividida en tres actos, como en varias ocasiones lo comentó el propio Lucas, al revelarse la identidad de Darth Vader, el público es defraudado. Por fin, al cabo de persecuciones y entrenamientos, el héroe y el villano se enfrentan en combate mortal. El enmascarado domina cortándole la mano al aprendiz. ¿Qué es lo que hace entonces? ¿Acaba con su enemigo, el posible derrocador del imperio? No. Le tiende la mano y le dice: “hijito de mi alma, vente conmigo”. De repente, el imponente Vader se convierte en una Verónica Castro espacial y su verdad parece sacada de la manga. En ninguna escena de La guerra de las galaxias se intuye algún indicio que ayude a percibir el secreto. Por lo menos, en El imperio contraataca, Yoda lanza una pista sobre la relación entre Luke y Leia al decirle al espíritu de Obi-Wan Kenobi: “hay otra esperanza”. Yoda, otro títere, es manipulado por Frank Oz. Se agradece la ironía de que el supremo entrenador de caballeros Jedi sea un marciano microscópico y orejón. Pero no que hable igual que la señorita Piggy y hasta haga sus mismos gestos cuando tiene altercados con R2-D2. Ya nomás faltaba un número musical con la rana René o Gonzo para que Lucas y su amigo Frank quedaran contentos. El imperio contraataca pudo superar en mucho aspectos a la inauguradora de la trilogía. No lo hizo y, por eso, es de las cintas feas.

-La guerra de las galaxias (Star Wars, 1977). Escrita y dirigida por George Lucas. Producida por Gary Kurtz. Protagonizada por Mark Hamill, Harrison Ford, Carrie Fisher y Alec Guiness.

-El regreso del Jedi (Return of the Jedi, 1983). Dirigida por Richard Marquand. Producida por Howard Kazanjian. Actúan: Mark Hamill, Harrison Ford, Carrie Fisher y Billy Dee Williams.

-El imperio contraataca (The Empire Strikes Back, 1980). Dirigida por Irvin Kershner. Producida por Gary Kurtz. Protagonizada por Mark Hamill, Harrison Ford, Carrie Fisher y Billy Dee Williams.

PD Está bien. Lo confieso. Sí fue mi primera película (al menos, la primera de la que tengo un vago recuerdo). Y sólo por eso yo también he contribuido a la fortuna de Lucas, comprando los devedés de la trilogía "clásica" y de la pedorra más reciente. Qué le vamos a hacer. Los seres humanos somos así de contradictorios.