Expulsado a tamborazos


Otro artículo viejo de la época de la columna "El bueno, el malo y el feo" en la revista brecha. De nuevo, tono muy combativo. Falso e inocuo a más no poder. Para colmo, empieza haciendo referencia a otra reseña. Ni modo. Aquí va:

Expulsado a tamborazos
Como ya se dijo en una reseña anterior, en el estado gringo de Oklahoma, un grupo de neardentales blancos –que se hacen pasar por soldados del derecho, de la moral y de las buenas costumbres— condenaron a la ignominia y a la expulsión de sus tiendas de video a El tambor de hojalata de Volker Schlöndorff tras la Palma de Oro de Cannes, el Óscar a mejor película extranjera y dieciocho años de vida. Una de las cintas más destacadas del nuevo cine alemán fue catalogada como pornografía infantil por estos simios mojigatos en su deleznable estulticia.
El tambor de hojalata (Die blechtrommel, 1979), cuyas bases se encuentran en la novela homónima de Günter Grass, es la historia de Óskar (David Bennent), un niño-hombre que decide dejar de crecer a la edad de tres años. En delante, su posesión más preciada será un tambor y las dolorosas relaciones de familia o de pareja en un cuerpo mal desarrollado, esos acontecimientos que marcan su existencia, estarán rodeados de la Alemania de los nazis.
La controversia aparece desde el primer momento. ¿Cómo transferir la palabra escrita al celuloide, al rayo de luz que lanza el proyector? ¿Cómo sintetizar más de quinientas páginas en escasas dos horas con treinta minutos? En lugar de perderse en la pretenciosa idea de llevar el libro íntegro de Günter Grass –quien, dicho sea de paso, revisó el guión— a la pantalla grande, Volker Schlöndorff logra un potente legado del cine, un pilar de hermosura escalofriante. La actuación de David Bennent, quien contaba entonces con once años, es espectacular. El infante es frío, silencioso y lejano. Como Óskar, es un testigo mudo cuyo parquedad solamente es rota por su tambor y su chillante voz, terrores del vidrio. La magia de este largometraje radica, además, en el seductor y esperpéntico erotismo sembrado en la novela. Cada presencia de El tambor de hojalata son destellos surreales y exquisitas anormalidades. Ana (Tina Egel, Berta Drews), la abuela de Óskar Matzerath es el principio y el fin, el personaje que le otorga un carácter circular a la película distrayendo al espectador de las omisiones sobre el libro, entre ellas, la última parte. El padre, Alfred Matzerath (Mario Adorf), y el primo, Jan Bronski (Daniel Olbrychski), aman sin rivalidad a una sola mujer, la madre, la concebida bajo las cuatro faldas de la abuela. En off, Óskar habla de los dos hombres en la vida de Agnes (Angela Winkler): “ambos, tan diferentes pero unánimes respecto a mamá, se agradaron mutuamente y en esta trinidad me trajeron al mundo a mí”. Es entonces cuando el niño se rebela contra el universo conservando su microscópica estatura, golpeando su tambor de hojalata, lacerando vidrios y copas. Por su propia voluntad, por desprecio a los adultos, “queda para siempre gnomo de tres años”. Después de la pérdida de Jan y Agnes, llega María (Katharina Thalbach), la mujer a la que Alfred y Óskar compartirán. Esta etapa de la obra es, sin duda, la más objetada por los moralistas del primitivo heartland. María será su primer amor, la progenitora del que cree su hijo, la diosa del polvo efervescente. Ni así el niño-hombre echará raíces. Él recorrerá Europa junto a sus semejantes en talla: Bebra (Fritz Hakl), el circo y Roswitha Raguna (Mariella Oliveri), la que podría ver en todos los corazones menos en el propio. Por lo tanto, aunque Oklahoma se persigne, El tambor de hojalata es un filme de los buenos.

-El tambor de hojalata (Die blechtrommel, 1979). Dirigida por Volker Schlöndorff. Producida por Franz Seitz y Anatole Dauman. Basada en la novela de Günter Grass. Actúan: David Bennent, Mario Adorf, Angela Winkler, Katharina Thalbach y Daniel Olbrychski.