Ante la bella y apocalíptica nada


Reseña sobre una película llena de desesperanza. Al final, toda la humanidad muere. Nada mejor como regalito de Navidad. Ideal preparación para el 2012. Va el texto:

Según la teoría hipocrática de los cuatro humores, la melancolía tiene como causa un exceso de bilis negra en el cuerpo del paciente. Melancolía I resulta también ser el título de un grabado de Durero de 1514, época en que el padecimiento se asociaba con Saturno. En la actualidad, se titula Melancolía (Melancholia, 2011) un largometraje de Lars von Trier. Para quien lo recuerde, la noticia invadió los titulares en mayo pasado. Quienes no lo conocían se percataron de su existencia y de que, además, Hitler le cae requetebién. O al menos lo entiende. No sabían que hacer un escándalo de las declaraciones / chistes de Von Trier en Cannes precisamente se traduce en caer en el juego del director danés. Aunque pareciera que en este último caso sí se pasó de la raya. Al menos, él así lo demostró al realizar aclaraciones a la bromita. En Cannes ya deberían estar acostumbrados. Pareciera que no se acordaron de lo dicho en 2009 durante la conferencia de prensa de Anticristo (“¡soy el mejor director del mundo!”). De plano este año lo declararon persona non grata y lo corrieron del festival. A mí, en lo particular, me importa muy poco qué tan simpáticos le resulten los nazis al cineasta danés —y eso que se dice por ahí que en mi familia hay sangre judía procedente de quién sabe qué tan lejana generación. Lo único que debe ser relevante para mí como cinéfilo es si la película dirigida por Von Trier se presenta como buena o mala. O, para el alcance de este texto, si me gusta o no. Y Melancholia (2011) es un trabajo de verdad valioso.
Sin embargo, aun con la desastrosa rueda de prensa, el jurado en Cannes no pudo obviar la presencia de una cinta de Lars von Trier en la selección del festival. Algo que, por cierto, no sucedió con Pedro Almodóvar. En la ceremonia durante la cual se anunciaron los premios le concedieron a una de las dos actrices principales de Melancholia el premio de mejor interpretación femenina. Por un lado, sí. Lo acepto. Durante el prólogo y más allá de él, Kirsten Dunst es la Ofelia de John Everett Millais flotando sobre las aguas hacia su muerte y con el ramo de novia en las manos. Por otro, no pareciera que esta actriz norteamericana esté haciendo nada nuevo con el rol de la deprimida novia Justine. Al fin y al cabo, tanto dentro como fuera de la pantalla, a Dunst le viene fácil interpretar a lánguidas y melancólicas jovencitas. Creo que Charlotte Gainsbourg, como su hermana, se desempeña un poco mejor. Aunque, claro, tal vez aquí esté entrando en juego mi preferencia por una de las dos actrices. Con respecto a la hija de Serge Gainsbourg y Jane Birkin no soy nada objetivo.
La historia del cine nunca había presentado a dos hermanas más disímiles. Dunst es rubia, de ojos azules y con un acento estadounidense. Gainsbourg es de pelo y ojos castaños, con un acento británico. Tal detalle —tan obvio como molesto en películas de menor raigambre— quedará atrás ante la calidad de la película. Vuelvo a concentrarme en el dizque polémico realizador. Ya desde hace bastantes créditos Von Trier dejó atrás, muerto y enterrado, el manifiesto Dogma. Así como lo hiciera con la escalofriante Anticristo (2009) el director danés echa mano de todos los recursos concedidos por los efectos especiales para pintar sobre la pantalla grande el horror ante la —sí muy hermosa pero igualmente apocalíptica— nada. La maravilla del planeta azul que amenazante se aproxima logra fundirse de modo perverso con el miedo ante la muerte y la destrucción total de la humanidad. No hay multitudes corriendo ni personajes sensibleros ni chabacanería estilo Hollywood. Tampoco rascacielos incendiándose. Ésta es una mansión aislada del mundo sí; pero devorada por el bosque. No pensemos que porque hay un niño deambulando por ahí (el hijo de la hermana interpretada por Gainsbourg) todo va a estar bien. Ésta, nos anuncian las notas de prensa, es una cinta de desastre. Sí. Aunque desde la mente y los sentimientos de los personajes. Y si tomamos en cuenta quién se encuentra sobre la silla del director se podría predecir que no quedará ni la más mínima partícula de este planeta. Adiós a la esperanza.
El prólogo de ocho minutos de Melancholia (con el título de Melancolía ya en España) demuestra hasta qué grado Lars von Trier se ha engolosinado con la cámara lenta y el preciosismo. Si en Anticristo formaban parte de la historia, eran relevantes y dejaban al espectador mudo de la impresión. Aquí, adelantarle piezas de la trama a través de metáforas visuales (sí, muy bellas sin duda) y en cámara lenta resulta por completo inútil para lo que el realizador pretende relatar. Habría sido mejor quizás deshacerse de ese engolosinamiento en el cuarto de edición. Está bien, se habrían perdido las referencias a Ofelia o a Pieter Brueghel el Viejo. ¿Qué más da? También variadas interpretaciones en cuanto a lo que las imágenes simbolizan: ¿una premonición?, ¿un sueño? ¿Qué más da? Sin embargo, de ahí en adelante, Melancholia mejora y mucho.
La obertura de Tristán e Isolda de Wagner acompaña al espectador más allá del preludio fílmico. Entramos ahora sí al meollo. Melancholia es además un díptico. En la primera parte, titulada “Justine” se nos muestra la boda de la hermana rubia (Dunst), la de acento gringo. En la segunda parte, titulada “Claire” la trama se centra en la otra hermana (Gainsbourg), la morena de acento británico, la dueña de la mansión, ante la amenaza del planeta azul. El principio del díptico (“Justine”) es muy simple. La boda de Justine se convierte poco a poco en un desastre. Los novios llegan tarde por andar bromeando en la limusina. La madre de la novia (Charlotte Rampling) avergüenza a todos con su amargo discurso (“disfrútenlo mientras dure”). El padre (John Hurt) se emborracha y abraza a dos rechonchas invitadas. El esposo de Claire (Kiefer Sutherland) se queja de su familia política. Eso sin contar el episodio con el jefe (Stellan Skarsgård) y el nuevo empleado (Brady Cobert) de la agencia publicitaria donde trabaja Justine. La nota cómica la da el organizador de la boda (Udo Kier) quien durante la velada entera se rehúsa a mirar a la novia como zahiriéndola por su tardanza. En medio de la conmoción Justine mira hacia la noche y descubre un brillo inédito, nunca antes percibido. ¿Cuál de todas es esa estrella? La fiesta culmina con el abandono del novio (Alexander Skarsgård), reacción entendible ante una mujer que anímicamente está en otro sitio aunque intente sonreír y afirme a cada minuto que es muy feliz con la boda. Tras la entrada de la segunda parte (“Claire”) y el regreso de Justine a la mansión, nos enteramos de que la estrella de aquella noche era en realidad un planeta bautizado ya como Melancolía y diez veces mayor que la Tierra. El planeta se aproxima al nuestro. La mayoría de los científicos opinan que simplemente pasará de largo sin causar daños a la Tierra. Los agoreros del fin del mundo saltan hambrientos ante la oportunidad y afirman que Melancolía, el planeta azul que estuvo oculto detrás del sol cual asaltante traicionero, chocará contra la Tierra dándole así muerte a la humanidad.
La aguda y ya legendaria depresión de Von Trier sigue dando frutos —haya sido o no verdadera. Menos macabros que los de Anticristo. La visión del universo, empero, sigue siendo en esencia la misma. Estamos solos. Somos insignificantes. Cuando durante el prólogo esa inmensa bola azul se coma al planeta Tierra no hay estridencias ni delirios. La aniquilación de la humanidad, vista desde la distancia. Quizás desde el ojo todopoderoso de un dios silente. Solamente la romántica música de Wagner resuena y se apaga. Adiós a siglos de guerras y destrucción irracional. La mujer y la naturaleza vuelven, como en Anticristo, a sostener una relación simbiótica. Dunst, además de tenderse desnuda a mitad de la noche bajo la luz azul que el sol refleja sobre Melancolía, prevé los acontecimientos antes de que ocurran. “La vida en la Tierra es única y no por mucho tiempo”, le anuncia a Claire. En cualquier otro contexto es solamente una joven ojerosa y débil constatando una verdad común para el ser humano: la de la inevitabilidad de la muerte. Sin embargo, el “no por mucho tiempo” podría describir también sólo días. U horas. Nadie sabe a ciencia cierta si Melancolía se estrellará contra la Tierra. Justine, antes en tenso combate para sonreír y mostrarse dichosa ante los rituales insulsos de quienes la rodean, se siente al fin tranquila. Los melancólicos, dice el propio Von Trier, no tienen nada que perder y se muestran estoicos ante el desastre. La otrora sensata Claire, teniendo un hijo pequeño (Cameron Spurr) y encajando a la perfección con las convenciones del mundo, se sume sin remedio en la desesperación. Todavía más cuando su esposo la deje para escapar al más allá. El peligro de que la humanidad sea aniquilada desquicia a Claire.
Melancolía llegó a mí en el mismo fin de semana en que vi La piel que habito. A diferencia de la cinta de Pedro Almodóvar, como espectador, pasé suficiente tiempo con los personajes —en especial con Justine, Claire y su hijo Leo— como para que me importe el destino de los tres al final del largometraje. Es decir, Melancolía —a pesar de preciosismos, detalles algo inverosímiles y estilo artificial— logró conmoverme pues implícitos en las imágenes se hallan asuntos muy humanos: la muerte, la decadencia y el mismísimo fin del homo sapiens. La última media hora me resultó imposible respirar. Sentí una opresión similar a la de Anticristo aunque mucho menos agresiva y violenta. Aquí no hay mutilaciones genitales. Acabó siendo una opresión más bien subyacente y espectacular que encuentra su clímax con la última escena: Melancolía comiéndose a la Tierra. Esta vez, sin embargo, desde la perspectiva de estas dos disímiles hermanas. La más reciente cinta de Von Trier podrá cosechar reconocimientos en Europa. No lo hará en los Estados Unidos. Y no sólo porque el estilo simbólico y la temática desesperanzadora del danés no sean del agrado de Hollywood. Esta vez los otorgadores de premios se escudarán con las bobaliconas declaraciones del director en mayo pasado, declaraciones que a muchos de ellos afectan directamente. A pesar de la estupidez y la intolerancia tanto de unos como de otros, Melancholia es un periplo estrujante a los límites de la humanidad que, por su hermosura, nadie debería perderse. Claro, con fecha de estreno desconocida en nuestro país.

Melancholia (2011). Dirigida por Lars von Trier. Producida por Meta Louis Foldager y Louise Vesth. Protagonizada por Kirsten Dunst, Charlotte Gainsbourg, Kiefer Sutherland, Alexander Skarsgård y Cameron Spurr.

El avance: http://www.youtube.com/watch?v=wzD0U841LRM