Dolan vuelve a Cannes

Dicen los opinadores de la cultura (porque aquí con muy poquito se alteran como lo prueba la “crisis social” actualmente vivida en Quebec) que Xavier Dolan es el enfant terrible del cine quebequense. Es cierto. Dolan es bastante joven. Apenas cuenta con veintitrés años y ya lleva tres créditos más o menos sólidos en su haber. Pero lo otro quién sabe. Lo de terrible, no sé. Aunque el muchacho no ha hecho pocos intentos para reforzar dicha opinión.
Por ejemplo, el más reciente. Cuando Xavier Dolan supo que su tercera película Laurence Anyways (2012) no iba a estar en la selección oficial del sexagésimo quinto festival internacional de Cannes sino únicamente en “Una cierta mirada” (donde ya había participado hace dos años con Les amours imaginaires) hizo berrinche. Berrinche, dicen algunos. Sobre todo quienes desde que Dolan sorprendiera con su primer largometraje J’ai tué ma mère (2009) no lo han bajado de chiquillo esnob y presuntuoso. De inmediato Dolan apareció en la muy mediocre y dominical emisión de entrevistas “Tout le monde en parle” (refrito de un programa similar de Francia ya extinto) y apeló socarronamente al nacionalismo de los quebequenses para hacerse perdonar por su, dicen algunos, desproporcionado ego. Si Quebec podía soñar con algún día obtener su independencia, él también podía soñar con obtener la Palma de Oro en el festival de Cannes. Esta fue su respuesta. Puedo asegurar que sólo se vieron rostros de satisfacción cuando el joven director, armado de sus anteojos y de su característico peinado estrambótico, afirmó aquello. Casi al mismo tiempo de su proyección en “Una cierta mirada” al otro lado del océano, Laurence Anyways se estrenó en la provincia (¡perdón, perdón!, quise decir país) de Quebec.
Dentro de la ficción enmarcada de forma tan preciosista en Laurence Anyways, Laurence Alia (Melvil Poupaud) y Frédérique Belair (Suzanne Clément) se conocen en el rodaje de una cinta a finales de los años ochenta en Montreal. La historia es muy simple: se enamoran y empiezan una relación. El asunto se complica cuando unos años después Laurence le confiesa a Fred algo inesperado. Él es una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre. Desea cambiarse de sexo y además quiere que ella lo acompañe en el proceso. En su futuro habrá numerosas separaciones así como reencuentros dolorosos a lo largo de diez años. Al final, ubicándonos ya en 1999, la transformación de Laurence se hallará casi completa.
Los problemas a los cuales se enfrentan Laurence y Fred no son escasos: un embarazo no deseado, la curiosidad de las demás personas (tanto desconocidos como familiares) que en muchas ocasiones ellos interpretan como discriminación e incluso discriminación a secas cuando Laurence pierda su puesto como profesor de francés en un Cégep luego de quejas de padres de familia muy conservadores. Ni se diga cuando en un bar de mala muerte termine golpeado por un gordo homofóbico. Todo eso parece afectar mucho más a Frédérique. Tanto que al transcurrir de los años ella optará por una vida provincial en Trois-Rivières, una existencia mucho más convencional al lado de otro hombre. Aquí sí dentro de la institución del matrimonio.
Son muy pocos los ejemplos en que el transexualismo no se trate en tono de farsa. Y no me refiero a créditos donde el personaje recurre a la vestimenta del sexo opuesto para enfrentar cuestiones laborales o de discriminación de género (Tootsie, Yentl o, hablando de una película más reciente, Albert Nobbs). Entre los ejemplos de verdadero cambio de sexo está el de hace ya varios años con Transamérica (2005), cinta que le valiera muchos elogios a la actriz estadounidense Felicity Huffman. Xavier Dolan, sin embargo, insiste en que ésta —más que una historia de transexualismo— es la historia de un amor imposible. Hay además de “amor” otra palabra que salta al diálogo cada vez que el joven director da una entrevista al respecto de Laurence Anyways. Es muy notorio el mensaje detrás de su filme. Tal vez, demasiado notorio. De ahí, creo, uno de los pocos defectos de la cinta pues poca distancia guarda con el panfleto. Sólo hay un paso.
Más de una vez se subraya en los diálogos la palabra “marginal”. De igual forma, desde que comienza la cinta y vemos una hilera de observadores reaccionar ante el deambular de Laurence por las calles de Montreal, el mensaje queda igualmente reflejado en las imágenes. Esos rostros (la mayoría de sorpresa e incluso de indignación) de verdad no sé si los imagina el personaje o si existieron en la realidad ficticia del largometraje. Si esto último es el caso, entonces encuentro dicha situación un tanto inverosímil en una ciudad como Montreal. Aunque estemos hablando de hace una década. Mensaje aparte, ahí no radicaba mi mayor duda al momento de enfrentarme al filme más reciente de Xavier Dolan.
Cuando vi Los amores imaginarios hace casi dos años dudé que Dolan fuera capaz de sostener una historia más allá de la duración de un poco más de hora y media de la citada película. De hecho, sentí que Los amores imaginarios se hallaba rellenada con fútiles entrevistas que en ningún momento contribuían a la trama del filme, puestas ahí como con calzador para que aquello pasara de medio a largometraje. Por esa razón casi me voy para atrás cuando me enteré que Laurence Anyways duraba ni más ni menos que dos horas con cuarenta minutos. Es precisamente esto, la duración, lo que —luego de ser proyectada en Cannes— le restaba puntos al filme. Claro, eso dicen los algunos.
A pesar de sus engolosinamientos esteticistas (que en realidad no son tan desagradables) con la moda y la música de la época a retratar y de una que otra escena sobreactuada (¿o la sentí así porque el volumen de la sala de cine estaba demasiado alto?), Laurence Anyways se sostiene bastante bien. Dure mucho o poco. Y se sostiene gracias al trabajo de actores experimentados como Poupaud, Nathalie Baye (ambos histriones prestados de Francia). Incluso la actriz quebequense Clément (de quien se dice —claro, aquí en Quebec, ¿dónde más?— que se roba la película). Clément, fuera de la escena del restaurante que en su histerismo me recordó mucho al Pacino sobreactuado de Justicia para todos, le da muy buena réplica a Poupaud.
Para retomar el asunto del berrinche, Xavier Dolan no fue tan estúpido como para rechazar la presencia en Cannes, aunque fuera en “Una cierta mirada”. Él y su cortejo asistieron al festival. En Quebec resonó mucho más su paso por la alfombra roja ya que portaba sobre la solapa de su smoking un cuadro de tela del mismo color, símbolo de apoyo a los estudiantes (o a una parte de ellos, debería aclarar) que desde febrero se encuentran en huelga. Si el apoyo es sincero o se deba únicamente a querer parecer un individuo aliviano con conciencia social, eso sólo el director lo sabe. Y lo anterior importa muy poco ante una película con la calidad de Laurence Anyways.

Laurence Anyways (2012). Dirigida por Xavier Dolan. Producida por Nathanaël Karmitz y Lyse Lafontaine. Protagonizada por Melvil Poupaud, Suzanne Clément y Nathalie Baye.

El avance: http://www.youtube.com/watch?v=Df-xCCi1zYY

Nota del 27 de mayo: Sobreactuar un poquito aquí y allá sí costea. Suzanne Clément ganó ayer el premio a mejor actriz en "Una cierta mirada" por su trabajo en Laurence Anyways. Dolan y ella lo celebraron entre besos y lágrimas. La película Después de Lucía del mexicano Michel Franco ganó en el mismo certamen el premio a mejor película. El presidente del jurado, el actor Tim Roth, le hizo saber a Clément que le gustaría trabajar con ella algún día.