Retrato gótico de familia

Es de veras una casualidad que en la misma semana haya visto dos cintas cuyos referentes principales sean el romanticismo y, en especial, el relato gótico. Esto coincide además con los temas que imparto en el curso que menos me gusta dar en uno de los lugares donde trabajo. La primera película (muy olvidable) se titula El monje (Le moine, 2011) y fue realizada por Dominik Moll, director de Un amigo como Harry. La segunda se llama Stoker.
Para entender mejor la trama de la segunda me detengo un poco en la primera a pesar de que no sea el tema principal de esta entrada bloguera. Servirá para explicar mejor a qué me refiero con lo de gótico. En El monje Vincent Cassel interpreta al hermano Ambrosio, un hombre recto, piadoso, santo e incólume en su fe que toda su vida ha vivido en un monasterio de monjes capuchinos. Todo se desarrolla en la época del barroco español. Los sermones de Ambrosio le dan bastante fama. Pronto tendrá incluso admiradoras. Dos tratan de acercarse a él. Una es la enviada del demonio, una de las hijas de Eva. Otra, un ángel cercano a la Virgen María. Poco a poco la incorruptibilidad de Ambrosio se desbarrancará hasta convertirlo en un adorador de Lucifer. Así de extremo es el cambio de este personaje. El resultado no es digno de elogios. Esto en cuanto a lo cinematográfico. No me refiero en realidad a los temas de la trama, una cuyas bases se encuentran en el movimiento artístico de Fausto, Frankestein, Poe, lord Byron, Don Juan Tenorio y Drácula con cuyo autor la segunda película comparte apellido. Y aunque como El monje presenta elementos del relato gótico, Stoker es otro cantar. Otra calidad. Otra visión.
El director coreano Chan-wook Park se da a conocer internacionalmente con Oldboy (2003), largometraje ya refriteado en Hollywood y pronto a estrenarse teniendo a la cabeza del reparto al actor Josh Brolin. Nada injustificada la notoriedad del coreano, por cierto. Y quizás su propuesta más interesante para mí sea el siguiente crédito: Señora Venganza (2005). Estas dos cintas —al lado de una anterior, Señor Venganza (2002)— forman parte de la hoy llamada “trilogía de la venganza”. Dicho acto se halla presente en Stoker, primera cinta hablada en inglés del cineasta. Sus antecedentes también los encontramos en el cine estadounidense. En el de Lynch. Además en el de Hitchcock. Pero más allá del siglo XX, como lo mencioné antes, en el gótico del XIX. En tal sentido la historia no parecería nada del otro mundo, nada novedoso. Sin embargo, aquí la propuesta adquiere el primer plano. Lo estético saltará frente a nuestros ojos con tanta contundencia que será imposible de ignorar. Luego de Oldboy y de Señora Venganza sé que una cinta de Park será un festín para los ojos. Stoker (2013) no es una excepción en su filmografía.
El relato se cierra como un círculo. Cuando comienza la película presenciamos el final, no el principio. India Stoker (Mia Wasikowska) se encuentra de pie en medio de una carretera y nos informa que lleva puestos los zapatos de su tío, el cinturón de su padre y la blusa de su madre. Es un rompecabezas de sus seres más cercanos. ¿Queridos también? Pero esto no es un bonito retrato de familia. Si tan sólo supiéramos lo que hace India en medio de esa carretera y a unos pasos de una patrulla. No me adelanto. También nos dice que desde pequeña tiene la habilidad de escuchar los sonidos que otras personas no pueden. Lejanos, subterráneos. Del viento, de insectos, de animales. Richard, su padre, la ha llevado al bosque a entrar en contacto con la voz de la naturaleza (otro resabio del romanticismo decimonónico). No diré para qué. El día del cumpleaños dieciocho de la muchacha Richard (Dermot Mulroney) muere en un accidente automovilístico. Luego del funeral, durante la escena en la cocina, India me recuerda a Alicia, la del país de la maravillas. Se halla sentada sobre una silla que la vuelve una enana. Y aunque es el mismo rostro de la heroína de Tim Burton no queda rastro de felicidad al crujir la cáscara de un huevo cocido. India Stoker es de esas adolescentes “raras” de la preparatoria: cabello negro como cortina sobre su faz, introvertida, vestida a la antigüita, con grandes resentimientos contra los que sí encajan en la sociedad y siempre llevando esos incómodos zapatones bicolores que alguien le ha regalado en el día de su cumpleaños desde su nacimiento. A ese alguien divisa a lo lejos dentro del cementerio como espectro que empaña la tristeza en algún momento del entierro de Richard. De vuelta al gentío invasor de la mansión familiar, Evelyn (Nicole Kidman), la madre siempre distante y distraída, la manda llamar para presentarle a su tío Charlie (Matthew Goode). Un tío Charlie homónimo al de Sombra de una duda (1943) de Hitchcock. Ése a su vez era un homónimo de su sobrina más querida. Y al igual que aquella Charlie Newton de Hitch India Stoker pronto descubrirá que el tío perdido al que nunca ha conocido porque se la ha pasado viajando alrededor del mundo no es (reza el lugar común) lo que aparenta. A diferencia de Teresa Wright ante Joseph Cotten a esta joven el peligro encarnado por el tío Charlie la seducirá. Al fin y al cabo India es una bomba a punto de explotar. El incestuoso triángulo se verá complicado con la atracción que Evelyn siente por su cuñado, versión más impetuosa y sofisticada del marido difunto. Y, claro, gente del entorno de los Stoker empezará a desaparecer sin explicación. He aquí un muy retorcido retrato de familia. Setenta años luego de la obra de Hitchcock, Park tendrá la libertad para explorar la relación tío-sobrina como quizás hubiera querido el maestro del suspenso de no haber existido en su época una censura tan férrea en el sistema hollywoodense.
La apariencia de este mundo retrógrado, campirano y estadounidense se erige como rascacielos en su artificialidad. Similar a la forma en que tío y madre se imponen por su altura ante India. En ese sentido los rostros tanto de Kidman como de Goode son perfectos para este universo de exteriores retocados. Nos encontramos ante muñecos de cera. Uno percibe desde el comienzo la falsedad del entorno. El espectador está consciente de la tensión entre lo mostrado y lo oculto. Y esto último es la podredumbre de los personajes. La joven protagonista sin embargo no permanecerá impoluta a lo largo del viaje al submundo de la psique. Todo lo contrario. India aprenderá rápido de la podredumbre de su familia, se dejará corromper por ella gustosa y además la usará a su favor para sobrevivir. Incluso se insinúa con el argumento que la maldad está presente desde antes. Quizás se lleve en las venas. Por lo tanto —ya sea naturaleza o educación— Stoker se lee también como una historia de aprendizaje. Frank Booth con su sadismo y Dorothy Vallens con su masoquismo corrompen a Jeffrey Beaumont en Terciopelo azul (1986). Lo conducen hacia el universo de los escarabajos agresivos y las orejas cortadas. Al final apoyado en la virtud de Sandy Williams el héroe mata al dragón y el bien vence al mal. El equilibrio se restaura. En el caso de India la corrupción se llevará más allá del límite. Aquí no quedará pureza que salvar. O qué una mujer no es capaz de conservar su pureza aún a costa de las atrocidades que cometa. Tal vez en esto radique lo interesante de la ambigüedad del largometraje.
El lado preciosista de Stoker no apunta únicamente a una denuncia de una cáscara hermosa que esconde lo podrido del ser humano. La cinta no languidece en un solo nivel. Los colores, los símbolos, la referencias, todo en fin se utiliza de un modo irónico tan punzante que me sorprendí riendo en momentos muy extraños. Retorcidos aun. Qué otra reacción es de esperarse al mirar cómo una araña de delgadísimas patas se acerca a los zapatones bicolores de India, va ascendiendo hacia el muslo y sin que ella se inmute halla cobijo en su entrepierna. Y qué hay del paraguas amarillo, deslumbrante objeto ante un día gris de torrencial lluvia, dejado por el tío Charlie en el portón para que India lo abra y se proteja hasta llegar a la entrada de la mansión. Ni qué decir de las poéticas transiciones. Cómo olvidar la escena en que el pelo de Nicole Kidman se convierte en un trigal. O cómo nos engaña Park cuando vemos a India caminar detrás del autobús escolar en que anteriormente la hemos visto para trastocar su entorno y revelarlos que en realidad la muchacha camina hacia la mansión seguida de cerca por el carro del tío Charlie.
La debilidad de Stoker la detecto en la resolución del conflicto. Una vez descubierto el secreto del tío Charlie el asunto resulta algo pueril. Pero en esta sinrazón, en esta locura de igual manera salen a relucir los extremos del romanticismo: un personaje es como niño inocente y juguetón en un momento, en el siguiente se transforma en un asesino despiadado. A mí no me agradó la retrospectiva para explicar el supuesto origen del mal. Sin embargo, es una falta tan pequeña que como espectador me inclino a perdonarla. Porque el resultado final desplegado sobre la pantalla es más que óptimo. Stoker no producirá unanimidad entre el público. Al contrario. Esta combinación de lo retorcido con lo bello desestabilizará a más de uno. Habrá mucho odio contra la cinta. No hay ningún personaje para redimir. Nadie con quien simpatizar. Un buen número de gente se saldrá de la sala antes de que llegue su conclusión. Eso no la demerita. Las opiniones de afuera (incluso la mía) no empañan su brillo. Algo más la transforma en una obra encomiable: directores de otras latitudes del mundo atraen el llamado de Hollywood y fracasan. Traicionan su estilo tan pronto pisan la tierra del ensueño. Hay que agradecer que ése no fuera el caso de Chan-wook Park. La película se estrena en México el 5 de abril bajo el muy pedestre título de Lazos perversos.

Lazos perversos (Stoker, 2013). Dirigida por Chan-wook Park. Producida por Ridley y Tony Scott. Protagonizada por Mia Wasikowska, Nicole Kidman y Matthew Goode.

El avance: http://www.youtube.com/watch?v=KKrOTWKuhpI