El arte de narrar a la manera de Ozon

Como ya lo afirmé en una entrada anterior lo visto por mí en el cine durante el periodo de las risibles premiaciones hollywoodenses me dejó en general decepcionado. Nadie se salvó. Casi nadie. Ni siquiera mis directores preferidos. En realidad, debería decir su obra.
Esto tal vez porque este año escolar fue tan difícil como el anterior. Aunque en otros aspectos. Me sentí con las manos atadas. Veía una película y ni tiempo para un comentario corto aquí. Si acaso la despachaba con un tuiter. A veces ni eso. Mucho menos contaba con el tiempo para una reseña en serio. La decepción quizás resultó mayor al enfrentarme a los créditos más recientes de dos de mis directores favoritos. Me remonto entonces al año 2010 cuando vi y reseñé El listón blanco (2009) de Michael Haneke y Un profeta (2009) de Jacques Audiard. Los dos largometrajes dejaron una profunda huella en mi psique. Por esa razón al enterarme el año pasado de la presencia de sendos largometrajes de estos cineastas en el festival de Cannes me empecé a preparar para la espera. Y sí, luego de varios meses, comprobé que tanto Amour (2012) de Haneke como Metal y hueso (2012) de Audiard son excelentes cintas. Sin embargo, los anteriores créditos de ambos fueron en mi opinión tan notables que los recientes me dejan un cierto sabor amargo. No es la primera vez que esto ocurre. Tampoco será la última. Luego de revisar el catálogo entero de un creador con quien simpatizo suele suceder que al enfrentarme a una creación nueva que resucita sus temas recurrentes albergo la sensación de no estar ante nada del otro mundo. Nada innovador. Nada para reinventar dichos temas. Así volvió a ocurrirme recientemente con En la casa (Dans la maison, 2012) de François Ozon.
Y de veras me sorprende sobremanera. Pero es cierto. En la casa contiene todos esos asuntos que en ocasiones anteriores me han fascinado: el poder persuasivo de la narrativa, la crítica ácida contra la pequeña burguesía y, claro, el voyeurismo. ¿Qué cineasta que se precie de serlo no hace tal auto-referencia y cae en los terrenos del voyeurismo, filia compartida con la audiencia? Una película que presenta tales elementos tendría que haberme arrancado elogios en automático. Sin embargo, no dejan de ser los mismos elementos vistos (tal vez para mí ya hasta el hartazgo) en otros créditos de Ozon. En la lista de sus cintas se pueden contar, entre otras, Los amantes criminales (1999), Bajo la arena (2000), 8 mujeres (2002), Swimming Pool (2003), Sólo los niños van al cielo (2009) y Potiche (2010).
Estamos en la primera reunión del año escolar de los maestros. El director anuncia un inusitado cambio susceptible de alterar por completo la vida de esa escuela. Los alumnos llevarán de ahora en adelante uniformes. Uno de los profesores no puede disimular su asco. Así, cuando da segundo inicio Dans la maison, estamos a la salida / entrada del liceo Gustave Flaubert. Los alumnos uniformados se confunden unos con otros bajo el nombre dado a la institución. Desde esta toma, imposible eludir a uno de los más grandes autores de la literatura universal. Además de crítico de su clase: la pequeña burguesía. En el liceo que lleva tan ilustre nombre empieza el año escolar y el señor Germain (Fabrice Luchini) tiene el ánimo marchito ante la nueva oleada de estudiantes desinteresados, rebeldes, distraídos, estúpidos y sobre todo mediocres. Él es el profesor de francés (de literatura francesa, se entiende). Cada año los niños escriben de forma más básica, se queja ante su mujer Jeanne (Kristin Scott-Thomas), una curadora que trabaja en cierta galería de arte con problemas graves para vender cualquier obra. Según ella la culpa es del nombre de la galería: “El laberinto del minotauro”. Germain está hastiado de sí mismo, de sus obligaciones laborales y en primer grado de la mediocridad de los estudiantes reflejada en el nivel de sus composiciones. Eso hasta recibir una extraordinaria. El texto de Claude Garcia (Ernst Umhauer) le llama mucho la atención. En él este adolescente solitario de dieciséis años describe con sarcasmo la relación con su mejor amigo, Rapha Artole (Bastien Ughetto). Rapha es pintado en los escritos de Claude como un chico normal. Demasiado normal: un bobo ingenuo y frecuentemente boquiabierto que necesita con urgencia la ayuda del otro en matemáticas. Eso será la excusa para que Claude entre en la perfecta y suburbana casa de los Artole y así conozca a los padres de su amigo, el primero y original Rapha Artole (Denis Ménochet) y Esther (Emmanuelle Seigner), epítome de la mujer de la clase media. El padre es un reverendo idiota cuya energía no aparenta tener límites, un hombre obsesionado con la cultura china. La madre, fanática de la decoración de interiores, le atrae a Claude como sólo suelen hacerlo las señoras Robinson de este mundo. Tan pronto lee la composición Germain decide convertirse en el tutor de Claude, quedarse después de las clases para ayudar al joven a mejorar su estilo. Aunque su labor no es del todo desinteresada. Puesto que la realidad se confundirá con la ficción en la obra del alumno, lo más deseado por Germain es resolver la interrogante de qué pasará en la vida de los Artole. Sea el retrato o no fiel a la realidad. Se improvisa un taller literario donde él le presta libros y le da consejos sobre cómo afinar incluso la historia. El joven Claude se da cuenta de inmediato del poder de fascinación que sus textos ejercen sobre el profesor. Incluso, sobre la esposa del profesor. Durante toda la cinta el espectador tiene el presentimiento de que algo explotará. Ya sea en la casa de los Artole. O tal vez en la de Germain. Conforme avance el intercambio de libros y textos, la hoja en blanco de la personalidad de Claude se irá llenando con su intrusión en la vida familiar de los Artole. A esto se le llama envidia de la mala y a causa de la normalidad percibida.
Ozon explora de nueva cuenta temas recurrentes en su filmografía: esa mirada tan crítica como morbosa hacia la familia nuclear y su insatisfacción sexual (léase sobre todo Sitcom), la persuasión a veces torcida del arte de narrar sobre la voluntad humana (aquí pienso en Swimming Pool o en Angel). Lo curioso es que el filme abre puentes hacia el mundo hispano: la historia no es original. Más bien, una adaptación libre de la obra de teatro El chico de la última fila del dramaturgo español Juan Mayorga. Tal vez a tal puente se deba la Concha de Oro en San Sebastián. Y sí. Claude siempre se sienta en la última fila, lugar ideal para el voyeur. Germain hacía lo mismo de joven: ves a todos y nadie te ve.
Así el relato por entregas de Claude se convertirá en una tentación demasiado poderosa para el señor Germain. Tanto que el profesor de literatura estará dispuesto a tirar por la ventana su ética como académico con tal de mantener al alumno entrometido en la casa y continuar leyendo la historia de los Artole. Y él lo justificará ante Jeanne argumentando que sólo ayuda al muchacho a convertirse en un escritor de verdad, lo que —dicho sea de paso— Germain nunca pudo lograr. Bueno, sólo una vez. Y por muy poco tiempo. Parte de la tentación la conforma el peligro que representa el intruso (Claude en cuerpo, Germain en alma) escudriñando los rincones más escondidos de la mente de una familia nuclear. De esta forma el alumno usurpa el rol del maestro y manipula a su tutor para obtener sus propios deseos. Sólo al final nos enteraremos de cuáles son.
Con tales temas; con un reparto que incluye al genial Fabrice Luchini de Molière o Las mujeres del sexto piso, a la inglesa Kristin Scott-Thomas (Hace mucho que te quiero, Mi nombre es John Lennon) hablando en francés de nuevo, a Emmanuelle Seigner de Polanski (La escafandra y la mariposa) como objeto del deseo adolescente y a Denis Ménochet (Bastardos sin gloria) como papá descerebrado y entusiasta; con el ambiente escolar que —luego de trabajar en varios de ellos en los últimos quince años— creo conocer y, para colmo, con la dirección de François Ozon me sigo preguntando por qué En la casa no me convenció por completo. Sé y afirmo su excelencia como obra cinematográfica. Esta calidad se arma como un cine sofisticado, inteligente y de un humor mordaz. Sólo me lo explico, repito, con el hecho de conocer casi al dedillo la filmografía del francés. Éstos son los lamentables perjuicios que deja adivinar de antemano —como con los casos de Audiard y de Haneke— los trucos del mago. No. A final de cuentas mi comentario no se da el lujo de la objetividad. No logro borrar lo subjetivo. Y a ver qué más me depara el cine de Ozon ahora que presente otro crédito más, Jeune et jolie (2013), en el festival de Cannes. Y vamos a ver si yo vuelvo a la vida cuando se acabe mi año escolar en el lugar donde trabajo.

En la casa (Dans la maison, 2012). Dirigida por François Ozon. Producida por Claudie Ossard, Eric y Nicolas Altmayer. Protagonizada por Fabrice Luchini, Ernst Umhauer y Kristin Scott-Thomas.

El avance: http://www.youtube.com/watch?v=mTe8G6aXg38

Nota del 25 de julio: En México la película de Ozon se estrenará con el 17o. Tour de Cine Francés.