Recordar u olvidar: el robo de un Goya

Hay varios adjetivos para describir el cine de Danny Boyle: contundente, trepidante, ácido, cruel, escatológico en su artificialidad y —¿por qué no?— hasta una suerte de maestro hipnotizador (su cine y él por añadidura). Sobre todo —lástima, tengo que acudir al inglés— el cine de Danny Boyle tiene muchísimo punch. Éste es un director que deja al espectador noqueado, pocas veces le concede tregua y (aunque a veces acierte y a veces no) por lo regular la experiencia cinematográfica de la cual es artífice resulta sumamente entretenida. Ahí se encuentran los filmes más destacados desde 1994 cuando se inaugura su carrera con la ópera prima Tumba al ras de la tierra: Trainspotting, La playa, 28 días después, Slumdog Millionaire y 127 horas. Boyle tiene ahora, por aquello de ser un experto hipnotizador, un crédito nuevo titulado En trance (Trance, 2013). Vale decir que dicha película la hizo en sus descansos de la preparación para la ceremonia de apertura de los juegos olímpicos en Londres del año pasado. Y sí, se concibe como un mero divertimento. Cómo no siendo una cinta que gira alrededor del robo de una pintura de un tal don Francisco de Goya y Lucientes. Y si en el mencionado filme afirman que Goya es el padre del arte moderno pues ya desde ahí me tendrán comiendo de su mano cual ávido animal.
Simon Newton (James McAvoy) es sólo al comienzo nuestro narrador cuya perspectiva poco confiable nos conduce a través del mundo de las subastas de arte. Algo ha de saber. Trabaja como subastador. Y por algunos problemas económicos-adictivos no claros al inicio Simon necesita mucho dinero. Conforme avance la cinta nos daremos cuenta que está asociado con una banda de mafiosos liderada por Franck (Vincent Cassel) para robar durante una subasta Vuelo de brujas de Goya. El asalto (planeado hasta en su más mínimo detalle) no sale exactamente como Franck lo había anticipado. Simon recibe un golpe en la cabeza. La amnesia fílmica obliga. Incluso Boyle la justifica cuando uno de los mafiosos más tarde grita: “¡La amnesia son pendejadas!” A final de cuentas nuestro dudoso héroe no recuerda dónde escondió la pintura. Ni siquiera la tortura infligida por sus cómplices logra sacarle ese recuerdo de la cabeza. Hasta aquí —a pesar de la ya bien conocida estética trepidante del realizador que tan bien casa con música tecno— lo verosímil. Pero el asunto del robo se lleva hasta los terrenos del inconsciente a través de la hipnosis. Entonces entra a escena la femme fatale del género: Elizabeth Lamb (Rosario Dawson). No será el típico objeto del deseo. Aunque es una hermosa y exótica terapeuta con acento estadounidense en plena calle Harley de Londres, se viste como bibliotecaria. No lleva casi maquillaje. El pelo recogido. Es una profesional. Y su especialidad es la hipnoterapia. Elizabeth asegura que es capaz de recuperar el secreto guardado en el inconsciente de Simon. En estos momentos ya se empiezan a pisar los terrenos de lo fantástico, incluso lo delirante. Lo acepto. Al fin y al cabo, esto es el cine. Y esto es una película de Danny Boyle. Y en algo, afirma el director, se parece la hipnosis al cine.
A través de En trance se perciben los deseos lúdicos del cineasta ante una tarea descomunal como la de ser el director artístico de la ceremonia de apertura de los juegos olímpicos en su país. Esta cinta se convirtió en su escape ante ese “servicio a la nación”, como quizás él mismo lo llamó durante una entrevista. Queda por lo tanto en evidencia la extraordinaria habilidad del director porque si una cinta hecha en descansos se ve tan bien y entretiene de principio a fin, ¿qué terminaría haciendo Boyle de tener toda la concentración puesta en un solo proyecto? El espíritu juguetón del realizador se manifiesta además en los diferentes géneros que roza a lo largo de cada uno de los trances en los que se sumerge Simon: thriller por supuesto, pero también cinta de terror, de acción, drama y hasta ¿comedia romántica? Me detengo ahí: en dicho trance Simon se ve con una bella muchacha y como pasajero de un auto rojo ante un campo de girasoles. Luego es llevado a una sala donde se exhiben obras de arte robadas como El concierto de Vermeer o Tormenta sobre el mar de Galilea de Rembrandt. Todo culmina cuando se detona otro recuerdo. Y volvemos a la realidad del thriller.
Lo más entretenido, sin embargo, se resume sobre todo en los giros de tuerca que nos obligan a sopesar a los personajes principales desde otro punto de vista. Incluso uno opuesto. Un villano puede convertirse en héroe. O viceversa. La devoradora de hombres en víctima. En una nota al pie, qué bien se aprovecha Boyle de nuestros prejuicios con respecto a la ya larga carrera fílmica de Cassel (Mesrine) interpretando gánsters y tipos rudos. Más allá del intercambio de roles, el universo masculino-exterior del inicio (una banda de gánsters, un plan perfecto, la determinación de los asaltantes, el narrador, la música tecno que altera los sentidos, golpes, tortura, sitios oscuros apenas iluminados por el neón) se verá envuelto y eclipsado por el femenino-interior (el consultorio luminoso de Elizabeth, su ropa reluciente, blanca, incluso recatada, la calma al comenzar los trances, la seducción y hasta una referencia artística sobre la ausencia del vello púbico de la mujer en la tradición pictórica del desnudo femenino). Esto último hasta Goya y su Maja desnuda. Goya, sólo Goya.
Pronto el núcleo de la película pasa del robo de Vuelo de brujas a una reflexión sobre lo que el protagonista decide recordar y olvidar. Si lo anterior no es suficiente Boyle lanza a sus personajes a una conclusión de taquicardia rebasando los límites de lo hiperbólico por su espectacularidad. Siendo un thriller psicológico (y uno verdaderamente bueno) las metáforas visuales de los espejos, las ventanas translúcidas y los omnipresentes monitores (televisiones, cámaras, tabletas electrónicas) apuntan al lugar común de “nada es lo que aparenta”. En trance, sin embargo, no se erige como una obra maestra. No del todo. No creo que supere en ningún momento lo logrado por Boyle con, digamos, Trainspotting. Tampoco está al nivel de su crédito más comercial y exitoso en la tierra de los ensueños, ése que le valiera el Óscar de mejor director: Slumdog Millionaire. En trance recuerda sin embargo al Danny Boyle primerizo, al novato inquieto de hace veinte años que se diera a conocer con Tumba al ras de la tierra. Esto por sus temas. Esto por ese triángulo de personajes ambiciosos que, como las brujas de Goya, se degradan hasta transformarse en caníbales. Lo anterior se explica muy bien al conocer el dato de que el guión original de En trance se gestó en aquella época, a mediados de los noventa. Pero en cuanto a la contundencia de su cine, no hay duda de que detrás de estas imágenes que no le dan tregua al espectador se halla un cineasta maduro y con toda la maestría a su alcance.

En trance (Trance, 2013). Dirigida por Danny Boyle. Producida por Danny Boyle y Christian Colson. Protagonizada por James McAvoy, Rosario Dawson y Vincent Cassel.

El avance: http://www.youtube.com/watch?v=qjK9lxBrqaY