Con el verano y las vacaciones vuelve
esta sección abandonada desde hace diez meses. Además del tiempo libre, el
estreno del documental Room 237 me da
pie para retomar el texto sobre El
resplandor. Aquí va:
Ya lo he confesado en múltiples
ocasiones en esta bitácora. Desde que tuve uso de razón (o quizás después, más
o menos a partir de los siete u ocho años), me atrajo el género de horror en el
cine. Gracias a mi afán de imaginar o de buscar imágenes sangrientas, oscuras o
grotescas llegué hasta el cine de Stanley Kubrick. Empiezo la reseña con una descarada
auto-cita de mi libro Vislumbre de
cineastas de la sección sobre este gran director estadounidense:
“En 1980 Stanley Kubrick logra lo que
pocos directores cuando adaptan un libro al cine: supera lo descrito en las
páginas. El resplandor, como producto
final, rebasó por mucho a la novela de Stephen King —el mismo redactor de Carrie— donde un niño se batía a duelo con un diabólico y
multifacético hotel semejante a una hidra mitológica. Con la inquietante
actuación de Jack Nicholson, el personaje de King —de seguro basado en sí mismo
porque todos sus personajes centrales, por lo regular, son escribidores— cobró
importancia. El resplandor (The Shining, 1980) presenta entonces a
Jack Torrance (Nicholson) como un autor sin fama o dinero que, ávido de
tranquilidad, acepta cuidar el lujoso hotel Overlook durante el invierno al
lado de su esposa, Wendy (Shelley Duvall), y su hijo, Danny (Danny Lloyd). Para
desgracia de los Torrance, el hotel no está tan desolado como parece y sólo
Jack, en su locura, o Danny, con sus poderes psíquicos (o “resplandores”), se
percatarán de la presencia de los hórridos espectros que vagan por el Overlook.
De nuevo, como en Naranja mecánica, se palpa una atmósfera nívea y, a la vez,
enajenante y enclaustrada. Persiste la visión cóncava del realizador que oprime
los ojos, que torna la experiencia del cinéfilo en sofocante aventura. El resplandor es una intromisión al peor
infierno: el familiar. La fiebre (cabin fever) de este antiguo residente
de Colorado escala en el deslumbrante encierro entre las cimas norteamericanas.
Los etéreos huéspedes del Overlook provocan las tensiones de papá Torrance
contra mamá y bebé Torrance. La intervención sobrenatural, en su ansia de que
la familia firme el fúnebre registro, y el delirio de Jack, en su rol de ex
proveedor lunático, se funden en una catarata de suspenso —o de sangre, como se
ve en la escena de los elevadores. Aunque al onceavo largometraje de Kubrick le
falte una porción mínima de efectividad —sin duda atribuible a la novela de
King—, no escasea en momentos gratos por su estética: la plática en el baño con
Grady (Philip Stone), la persecución en el laberinto. O gracias al desempeño
actoral: la reprimenda a Wendy por interrumpir la escritura, el encuentro de
Danny con las gemelas. El director eliminó algunos factores del libro que
podrían prestarse a la burla como ciertos animales moldeados en arbustos y
manipulados por el hotel. En sustitución de tales ridiculeces vino un laberinto
más tarde emblanquecido por la nieve.”
Retomo la reflexión actual. Supongo que
corría el año 1983. Tal vez 1984. Mi familia y yo vivíamos en Monterrey y una
vez más había aparecido en nuestra casa un videodisco RCA (y ahora doble) con
el rostro desquiciado de Jack Nicholson como emblema sobre la carátula. Es la
misma imagen que se puede encontrar al comienzo de esta entrada bloguera. La
promesa de la cinta se convertiría de verdad en un disfrute por partida doble
porque (además del género de terror) la nieve y las montañas han surgido dentro
de mí desde la niñez como una suerte de fetiche, como mi ideal de paisaje.
Por esa razón —la del disfrute doble— El resplandor se ha afirmado entre mis
recuerdos como una suerte de filme de iniciación al terror más puro y glacial.
Y si a esto agregamos el ingrediente del tema familiar dentro del largometraje
se encuentra la fórmula perfecta para el niño que era hace más o menos treinta
años. Cómo la pude ver a tan temprana edad, no lo sé. Tampoco lo recuerdo muy
bien. Sin embargo, imagino que debió haber sido gracias a una distracción de
mis padres porque digamos que ésta y otras cintas de Kubrick no son
precisamente aptas para un niño de esa edad. Y menos si la vista se da sin la
presencia de sus padres.
En la secuencia de entrada resuena la
ominosa música de Wendy Carlos que rinde homenaje a la “Sinfonía fantástica” de
Berlioz. Mientras, el espectador toma la perspectiva del ojo de un helicóptero
por encima de un bocho amarillo que viaja por una carretera de paisaje
montañoso. Dependiendo de la versión (pantalla cuadrada o pantalla rectangular)
podremos incluso vislumbrar la sombra del helicóptero sobre la roca. El
concierto termina en aullidos, tal vez los mismos de quienes habitan el
hotel Overlook.
Jack Torrance —aspirante a escritor que
se mantiene dando clases— acude a una entrevista para cuidar este hotel durante
el invierno. En algún momento del amable intercambio se habla de un antecedente
macabro, de una matanza entre familiares ocurrida en el hotel. Un apellido, el
del antiguo cuidador: Grady. Desde aquí hay algo muy desquiciado en Nicholson, en
su rostro: los ojos tan punzantes como dagas, la forma de sus cejas puntiagudas
y la sonrisa naturalmente malévola sólo contribuyen para dar esta impresión de
un hombre al borde del ataque de ira.
Wendy, la esposa de Jack Torrance,
espera su llamada en Boulder, Colorado. El mayor contraste se da con la cara
lánguida y pálida de Shelley Duvall, sus labios de corazón, sus ojos bien
abiertos color de miel, la gran dentadura y su frágil y delgado cuerpo como de
Olivia, la de Popeye (no por nada apareció el mismo año en la adaptación
fílmica “altmanesca” de este personaje de historieta al lado de Robin
Williams). A ella la vemos por primera vez leyendo El guardián entre el centeno. Y fumando frente a su hijo. Algo que
ahora, con la corrección política y las prohibiciones obsesivas contra el
tabaco, podría pasar incluso como una forma velada de maltrato infantil. Sin
embargo, no es ella la maltratadora.
Para cerrar el cuadro familiar, Danny:
el niño con peinado de principito valiente que alberga en la garganta a su
amigo imaginario, Tony. De niño de seguro me identifiqué con Danny no sólo
porque llevaba el pelo peinado a su usanza. Sino también por su aislamiento
social. Y bien que me habría gustado tener lo que entonces llamaban “poderes
extrasensoriales”, término tan en desuso hoy. Tony le advierte a Danny que su
padre ya ha conseguido el trabajo en el hotel. Ahí, frente al espejo, viene el
trance donde el sueño de vivir en un gran hotel de lujo durante el invierno se
convertirá en pesadilla, premonición del infierno familiar que les espera entre
las montañas con la ahora bien conocida cascada de sangre que se cuela por el
hueco de un elevador, secuencia que con los años, la recepción del filme, las
influencias y las imitaciones se ha transformado en canónica para el cine de este
género.
Al acudir la doctora se plantan las
semillas de la violencia. Hay antecedentes de alcoholismo y verdadero maltrato
familiar entre estos personajes. Frente a la doctora Wendy trata de justificar (sin
lograrlo) el que su esposo le haya dislocado el hombro a Danny años atrás. En
este acto predecesor a la locura se hallan latentes el remordimiento, el rencor
y la culpa. Al menos desde entonces, confiesa Wendy, él dejó la bebida.
Durante el día del cierre se establecen
las reglas del juego. Wendy se impresiona ante la inmensidad y el lujo del
hotel. No hay mayor fantasía para una familia de clase media gringa (o de
cualquier país para el caso) que vivir en un palacete, un sitio a la medida de
sus grandilocuentes aspiraciones. El señor Halloran, el cocinero del hotel, le
explica a Danny y por extensión al público qué es el “resplandor”, esa
habilidad para leer los pensamientos y avizorar el futuro, habilidad compartida
no sólo con unas cuantas personas sino también con ciertos lugares como el
hotel Overlook. Sobre todo, surge con fuerza la advertencia: nunca debe entrar
en la habitación 237. Por otro lado, el departamento dentro del hotel en el
cual vivirá la familia es descrito como “hogareño”. Aquí se halla el núcleo de
terror de toda la cinta: el padre convertido en asesino. No hay mayor miedo
para un hijo que el constituido por la imagen de su padre volviéndose contra él
con hacha en mano. Un mes después Jack confiesa, luego de despertarse muy tarde,
su déjà vu. Se siente como si ya
antes hubiera estado ahí. Desde este momento en adelante la cronología en la
película de Kubrick se comprime. Ya no pasarán meses sino días. Hacia el final
los inter-títulos nos hablarán incluso de horas.
Un martes Danny encuentra la ubicación
del cuarto 237. Luego su madre interrumpe la escritura de Jack y se lleva una
notable reprimenda verbal, primer signo de la violencia por venir. Las frases
que dice Jack las puedo aún hoy repetir de memoria. Tal vez a los ocho años no
tenía muy definida mi vocación. Pero ya de adolescente, cuando seguí viendo El resplandor una y otra vez, cuando se
casa uno con la idea romántica del artista-escritor, no dejaba de identificarme
con el abusador Jack que le dice a su esposa Wendy que se vaya a la chingada
solamente porque interrumpió su escritura. Porque no a los ocho; pero sí a los
quince cómo creía yo que lo escrito por mí de verdad era valioso.
El sábado Danny se encuentra, durante sus
paseos rodantes por los pasillos del hotel, a las gemelas Grady. Lo invitan a
jugar por siempre. Y se le muestran hechas pedacitos, cubiertas de sangre. Ésta
siempre ha sido una de mis escenas favoritas de la película. Poco a poco va
desapareciendo la cordura de Jack hasta que el lunes siguiente Danny entra en
el departamento familiar y le pregunta si alguna vez les haría daño a él y a su
madre. Jack hace eco al llamado de las gemelas. A él, en cambio, le gustaría
quedarse en ese lugar por siempre. Y eso incluye a la familia. El miércoles
explota la bomba: Danny entra en la habitación 437, se crea la desconfianza
entre padre y madre, el rencor del maltrato sufrido años atrás resurge, las
apariciones del hotel se nos presentan mucho menos sutiles (Lloyd) y tras un
episodio histérico de Wendy (al que seguirán muchos más) Jack entra también en
la citada habitación. La capacidad de “resplandecer” viene de familia y al
padre se le aparece en el baño una mujer desnuda. Él se deja seducir por el
súcubo. Al mismo tiempo, un niño de ocho años que observa estas imágenes se
entera por primera vez que las mujeres tienen vellos púbicos. Halloran recibe
el llamado de auxilio en Miami y en paralelo la mujer se transforma en anciana
podrida de risa de bruja, risa “cacle-cacle”. Casualmente el noticiero que está
viendo Halloran en la televisión aunque es uno local de Miami da un recuento
pormenorizado de las crueles tormentas invernales en Colorado como su nota
principal. Bueno, ni Kubrick es perfecto.
Vuelvo al tema. Pero Jack nada dice y
luego de que Wendy sugiera que hay que sacar a Danny de ahí él la acusa de
joderle siempre la vida y se va encolerizado. Nada como las viejas para
arruinarle al gran escritor el proyecto que le dará el éxito literario, bien
parece decir Jack. En el salón de oro se encuentra con Grady, el antiguo
cuidador. Dentro del baño en blanco y rojo (rojo como la sangre del elevador)
se da otra de mis escenas favoritas: el diálogo entre Jack y Grady. Y aquí me asalta
una duda. En la entrevista de trabajo se le puso al señor Grady el nombre
propio de Charles y en el baño se hace llamar Delbert. ¿Error del genio
Kubrick? ¿O acaso el nombre completo del personaje era Charles Delbert Grady?
Esto se presta para la enésima teoría de la conspiración, como se leerá más
adelante. El cambio de nombre poco importa ante la actuación de Philip Stone,
actor secundario sí aunque sin duda algo fetiche de Kubrick. De padre no
agresivo sino débil aparece en Naranja
mecánica. Y en Barry Lyndon se
encarga de las finanzas de una familia aristocrática. Su calma para hablar de
cómo “corrigió” a su familia —a sus hijas gemelas y a su mujer a hachazos— da
escalofríos. La advertencia, contundente: Danny es un niño muy travieso pues
intenta involucrar a un intruso, el señor Halloran. También ésta fue la primera
vez que escuché en inglés la palabra nigger.
Al día siguiente y a las ocho de la mañana Halloran va en camino. Wendy baja a
hablar con Jack para hacer un ya legendario descubrimiento en la máquina de
escribir: “All work and no play…” La conversación entre su esposo y ella
termina con un golpe en la cabeza y el encierro en la gran despensa del hotel. Después
Jack será liberado por estos hábiles fantasmas y cada uno de los males se desencadenan.
La puerta será tumbada a hachazos y el “Here’s Johnny!” saldrá de su boca. Lo
demás lo sabemos. Demasiado bien. El Overlook se quedará con el padre, aunque
Wendy y Danny lograrán escapar. Recuerdo que cuando era niño la imagen más
convocadora de pesadillas (además de las gemelitas ensangrentadas en el pasillo
invitando a jugar por siempre) fue la de Jack congelado en el laberinto.
Y la influencia de El resplandor perdura. No sólo en los planes de precuelas ni en las
parodias como la hecha por el programa Los
Simpson en su especial de noche de brujas de la sexta temporada. Ahí está
el recientemente estrenado documental Room
237 (2012) que a pesar de su mala calidad (simples voces de los
entrevistados alternando con imágenes de la cinta de Kubrick) ha levantado
muchos comentarios sobre las teorías que ahí se manejan. En mi opinión no es
más que un compendio de las opiniones locas de un montón de gente que ha visto
la película muchas más veces que yo y que además tiene demasiado tiempo libre.
Me explico. De acuerdo con los testimonios contenidos en Room 237 a Kubrick le encantaba enviar mensajes subliminales a los
espectadores a través de sus películas y El
resplandor está repleto de ellos. Desde los diseños de indígenas
norteamericanos en el hotel pasando por una máquina de escribir de marca
alemana hasta una silla que aparece de la nada en una escena o un póster de un
esquiador que algunos ven como un minotauro por eso del laberinto. Los
entrevistados por el director Rodney Ascher afirman que a lo largo de El resplandor Kubrick en realidad está
hablando del holocausto alemán, del genocidio de los indígenas norteamericanos
o de fantasmas góticos y ávidos de encuentros sexuales. El colmo: hay quien
afirma que la película es una especie de expiación de Kubrick por haber filmado
en secreto la llegada a la luna y haber engañado al mundo entero con ello. El
asistente personal del cineasta, Leon Vitali, ha desmentido todas estas teorías
y afirmado que los detalles citados en el documental fueron en su totalidad
fortuitos y nunca planeados por Kubrick. Lo único que puedo decir de dicho
documental es que resulta medianamente interesante para demostrar que cada
quien puede interpretar las imágenes a su manera y de acuerdo a sus
antecedentes emocionales o intelectuales. Incluso ahí hallamos la genialidad y
la maestría de Stanley Kubrick: en haber hilado este terrorífico festín de
imágenes con la suficiente ambigüedad como para continuar fascinando a sus espectadores.
Incluso tantos años después.
—El
resplandor (The Shining, 1980).
Dirigida y producida por Stanley Kubrick. Protagonizada por Jack Nicholson, Shelley Duvall, Danny Loyd y Scatman Crothers.
El avance (un genial ejercicio de
contención en nada parecido a los de ahora que prácticamente nos cuentan toda
la cinta): http://www.youtube.com/watch?v=piQFD4gz9l8
Avance
que imita el anterior, el del documental Room
237: http://www.youtube.com/watch?v=gL1fTlH81gU