Porquerías que vi de chiquillo (VI)

De algo me tienen que servir las vacaciones. Vuelven a esta bitácora las porquerías. Luego de haberme ocupado de cinco joyas (Muerte en el Expreso de Oriente, Amadeus, Los mejores años de Miss Brodie, El hombre elefante y El resplandor) es justo regresar a las mierditas fílmicas de la niñez o de la adolescencia. Uso el diminutivo porque están repletas de nostalgia. Antes recordé haber visto una cinta basada en un best-seller (Flores en el ático), un drama preparatoriano-social bien intenso (El club de los cinco), una comedia infantil de interoceánicos alcances (Candleshoe), un thriller con el sello Disney (Ojos en el bosque) y la peor slasher-movie filmada en Montreal (Feliz cumpleaños para mí). Aquí va otra más con sello Disney. Ahora una de ciencia ficción:

No creo haberla visto en el cine. Si pasó así no lo recuerdo bien. Nunca se sabe con remembranzas cuyo origen se sitúa tan lejos. Aunque sí tengo la certeza de que estaba en casa y al alcance de la mano. No completa, por supuesto. Imposible que hubiera sido diferente. Sino en escenas escogidas. Y sólo para proyectarse en formato súper 8 sobre una pared blanca.

El abismo de las galaxias
El abismo negro (The Black Hole, 1979) aparece en una época en que el éxito taquillero de La guerra de las galaxias tentó a muchos productores, una época en que abundaron las expediciones al espacio exterior sobre la gran pantalla. Ésta tal vez se erija como una de las peores. Disney —la compañía, no el mandamás muerto más de una década atrás— le entra al quite con este esfuerzo de la ciencia ficción. Y, de paso, consigue su primer crédito con clasificación PG. Es decir, no para toda la familia. Aunque sí. Siempre y cuando haya “guía de los padres”. Siempre y cuando uno como pequeñín entre con los papás al cine.
La cinta da inicio con la música del genial John Barry —quien durante décadas musicalizara las películas del 007— que suena a imitación de un chillido de quien se desploma en el abismo aludido en el nombre del filme. La cuadrícula verde fosforescente tal vez sea un precedente de Tron (1982). Los nombres en los créditos están en rojo. Y ahí como alusión más directa que la de la música la caída hacia el abismo.
El periplo se lleva a cabo en la nave exploradora Palomino. Más lata que nave. Pero en fin. De inmediato me lanzo a las comparaciones con La guerra de las galaxias. Nada como el robot de voz británica fusionado con el chaparrito gracioso. Como C3PO y R2D2 en un paquete. En este caso es Vincent (con la voz de Roddy McDowall) quien detecta la presencia del hoyo negro. Algo sacado del infierno de Dante. Ni la cita erudita que surge una y otra vez los salvará del naufragio. Frente a ellos y frente al abismo descubren otra nave flotando. Ésta identificada como Cygnus.

Hilos por doquier
Entre los tripulantes del Palomino se halla la doctora Kate McCrae (Yvette Mimieux). Su padre a su vez lo era del Cygnus cuando se le perdió el rastro veinte años atrás. Aquí se intenta retomar el cuento del buque fantasma. Pero, claro, en el espacio exterior. Como Alien. La slasher movie. Pero, obvio, en el espacio exterior. A continuación la nave Palomino se acerca para que la tripulación pueda echarle un vistazo. Nuestro grupo de héroes incluye además del robot y de la mujer al capitán Dan Holland (Robert Forster), al teniente Charlie Pizer (Joseph Bottoms), a Harry Booth (Ernest Borgnine) y al doctor Alex Durant (Anthony Perkins). Si continúo comparando con Star Wars ya sé de antemano quiénes sobrevivirán y quiénes no. Mejor no hacerlo. Aunque la tentación resulta muy grande.
Luego de algunos problemillas con la gravedad y descomposturas de la nave que son semi-reparadas por el robot —secuencias gracias a las cuales les vimos los hilos a todos los actores flotantes— el Cygnus se ilumina por dentro como un invernadero. Tal vez halla gente a bordo. Quizás el padre de la doctora McCrae siga vivo. Ante la necesidad de reparaciones, el Palomino aterriza en la plataforma de la nave fantasma. Como en una casa embrujada las puertas se abren solas y los van conduciendo hacia el centro de la nave: la torre de control. Como espantos se presentan robots. A diferencia de los “Storm Troopers” de Georges Lucas se muestran tiesos y con pistolas láser de doble rayo. Luego los Palominos suben a un carro transportador. Recuerdo a detalle de la cinta súper 8 la escena del camino por el túnel transparente y con vista al espacio. Probablemente de las pocas secuencias logradas. O tal vez así me lo pareció de niño.
La frase recurrente no podía faltar. Así como en La guerra de las galaxias una y otra vez los personajes insisten en que tienen un mal presentimiento, la tripulación del Palomino estará un “poco preocupada”. Al penetrar en el cuarto de control de la torre nadie les responde. Los zombis que ahí laboran se encuentran por completo absortos en sus tareas. De repente aparece uno de los dos villanos de la película: el imponente y muy rojo robot Maximilian. (¿Rojo? ¿Será que Disney nos envía a los chiquilines algún mensaje subliminal?) La voz de un hombre lo detiene. Aparece la mente criminal y no su mero sicario. Se trata del doctor Hans Reinhardt (Maximilian Schell); un hombre barbón, de ojos oscuros, con cejas de gusano quemador y acento alemán. (¿Alemán? ¿Será que Disney nos envía a sus infantiles víctimas de coco-wash algún mensaje cifrado). Todo indica que este señor de acento alemán está loco. Reinhardt le confirma a Kate que su padre está muerto. Finge no saber qué ocurrió con la tripulación que debió haber regresado a la Tierra. Durante veinte años de naufragio se ha creado compañeros: los zombis. Medievales, según él, pero es un romántico. Y vaya que sí. Todo muy diplomático y cívico hasta entonces. La tripulación del Palomino le informa que ellos sólo quieren reparar su nave. Y si el doctor lo desea puede regresar con ellos a la Tierra. No, responde el romántico del espacio exterior. Reinhardt ha creado un campo anti-gravitacional para que el Cygnus no sea absorbido por el hoyo negro. Ante la negativa surge de verdad el primer roce.


David y Goliat
Otra confrontación se gesta entre los robots Vincent y Maximilian. Ésta de carácter clásico: David contra Goliat, frente a frente. Fácil de imaginar el desenlace de esta batalla que apenas inicia. En alguna de sus exploraciones Vincent se encuentra a otro androide de su misma serie, aunque bastante maltratado: la chatarrita Bob. Bob, como fue programado en Houston, tiene la misma voz del texano aquél que provocara el fin del mundo en Dr. Strangelove de Kubrick. A Bob, como sucedió con otros flotadores anteriormente, se le ven los hilos a kilómetros de distancia.
Antes de una cena muy catrina con Reinhardt los tripulantes del Palomino recaban datos sorprendentes: un funeral de zombis, las habitaciones vacías de la antigua tripulación, uno de los sirvientes idos del Cygnus caminando con la pata chueca. Algo raro pasa en este busque fantasma del espacio exterior. Vaya que sí. Todos estamos un poco preocupados. Mientras se desarrolla la cena en un comedor extravagante, de estilo rococó y bajo candelabros de cristal; Vincent se bate a duelo con un robot negro (no en el sentido de afroamericano sino en el literal) y experto en tiro. Todo metafórico. Nada que provoque caos en la nave. Ni insurrección. Ni violencia contra nuestros héroes. El encuentro juguetón da pie para algunos momentos jocosos. La escena se construye para deleite de los chiquilines. Disney no quiere que sus infantiles mentes se traumaticen con Maximilian o con Reinhardt (y sus cejas de gusano quemador). Al menos, todavía no.
El doctor Reinhardt revela sus planes. Pretende aventurarse en el hoyo negro. Ir, como en Viaje a las estrellas, a donde ningún hombre se ha atrevido. No es albur. Para eso ha lanzado una nave de prueba que está a punto de regresar de las profundidades del abismo. Mientras tanto, Bob le muestra a Vincent la máquina giratoria para hacer zombis y le dice además que estos sirvientes con un espejo por cara en realidad son la antigua tripulación del Cygnus: seres humanos vueltos androides. Ante el retorno de la nave de prueba, Reinhardt encarna al Fausto del espacio sideral. Busca impasible, con los ojos desorbitados y una sed inmensa el conocimiento. Será el primer hombre en atravesar el hoyo negro. Definitivamente es un romántico.

¡Cheetos! ¡A correr!
Los grupos se separan. Así suele ocurrir en esta estructura narrativa tan vieja como las novelas de caballería. Mientras Kate y Durant permanecen en la torre de control, Bob le cuenta al resto cómo los humanos se transformaron en zombis. Es hora de marcharse. De antemano sabemos quiénes van a morir. Primero —trauma garantizado para los niños— Maximilian y sus manos batidoras despanzurran al otrora hijo de la señora Bates. Ya entiendo por qué clasificaron ese largometraje como PG. Cuánta violencia. Bueno, al menos nada de sangre o sería PG-13. A Kate se la llevan para hacerla zombi en la máquina giratoria. Necesario ponerle papel aluminio en la cabeza. Pareciera que más bien la van a someter a un tratamiento de belleza. ¿Nada que ver con la princesa Leia, la cautiva de la Estrella de la Muerte? No, seguramente no. Los otros van al rescate. Sin embargo, Booth se acobarda, finge una torcedura de tobillo y trata de escapar en el Palomino sin los demás. Reinhardt destruye la lata con un rayo. La única esperanza de salir de ahí será la nave de prueba.
Lo siguiente, mucho láser y muchos robots desconchinflados. El capitán, el teniente y los robots logran salvar a la princesa Kate. Una inoportuna lluvia de meteoritos se desata. Debieron comprar los derechos de cierta comida chatarra. Los meteoritos parecen Cheetos redondos y gigantes. Esas bolas de fuego tan apetecibles por semejar tan rica comida chatarra dan giros imposibles en el túnel. Los héroes suben al carro transportador y atraviesan el túnel transparente con casi funestas consecuencias. El carrito se vuelve medio loco poniéndose de cabeza. ¿Cómo a los de Disney no se les ocurrió construir un jueguito mareador homenajeando El abismo negro para alguno de sus parques de atracción, lugares ahora más cercanos a Jerusalén o La Meca? Al tratar de huir una bola de fuego casi los apachurra. Más aventuras ocurren en el invernadero. No vale la pena detenerse en ellas.


Adiós, chatarra, adiós
Cuando amaina la tormenta de meteoritos a Reinhardt le cae su monitor plasma y todo explota dentro del cuarto de control. Adiós al romántico, nos hacen creer. Max, su mascota preferida, se rebela. Al pobre no lo ayudan ni sus zombis. Mientras el buque fantasma se aproxima al hoyo negro, el escenario entero de este drama se torna rojo. Llegaron los comunistas. O con ese cuento tan añejo nos quiere asustar Disney. Cuando los buenos están a punto de acceder a la nave de prueba, Max los ataca. La chatarrita de Bob le dispara. Vincent lo detiene. Ahora sí se da el duelo de… ¿titanes? Cargas de electricidad, los ojos bizcos de Vincent y un taladro acabarán con Maximilian. Bob está herido de muerte. Y eso que es robot. Viene la despedida lacrimógena con la chatarra. Charlie sale volando lo cual importa poco ante la grisura de su participación. ¿Y se suponía que éste tendría que ser el equivalente de Luke Skywalker? Por favor. A pesar de eso, Vincent salva a Charlie. Así debe de ser.
Los tres humanos y el robot suben a la nave de prueba. Se aventuran al hoyo negro. No hay otra salida. A continuación se despliega una sucesión de tomas oníricas giratorias que en poco recuerdan a 2001 (si es que ésa era la intención). Escuchamos ecos de la voz de Reinhardt y de las suyas. Una versión anciana y de pelo largo de Reinhardt flota en el espacio rojo. El doctor loco se vuelve uno con Max. Sobre una colina rodeada de fuego se impone esa fusión entre máquina y hombre. ¿Es esto una referencia al infierno dantesco? Qué intelectualoides nos salieron los de Disney. Luego de un pasillo cristalino nuestros héroes salen del hoyo negro y se enfrentan a la luz. Fin. Qué bueno que ya se acabó este delirio. Y a causa de tantos hilos, Cheetos gigantes y zombis de patas chuecas el tío Óscar la nominó en 1980 para el premio a los mejores efectos especiales. Cómo ha cambiado el mundo cinematográfico.


Merchandising y más merchandising
Y tal como parece que seguirá ocurriendo con la “saga” de Star Wars las mercancías lanzadas por la compañía Disney para deleite de todos los chiquilines no fueron pocas. Aquí desde la lonchera hasta los walkies-talkies se vendieron. Y sí. Algunas figuras de acción me compraron mis padres. Al menos me acuerdo que tenía la de Max. Tal vez también la de Vincent. Así, aunque trate de olvidarla, ésta es otra porquería que vi de chiquillo y que ha perdurado en mi memoria.

El abismo negro (The Black Hole, 1979). Dirigida por Gary Nelson. Producida por Ron Miller. Protagonizada por Maximilian Schell, Robert Forster, Yvette Mimieux y Joseph Bottoms.