La supervivencia
de un esclavo
Desde
hace tiempo me acerco con desconfianza a las producciones fílmicas
estadounidenses cuyas historias se centran en el conflicto racial. Siento que
todas han sido producidas por Oprah Winfrey. O que el resto se erigen como una
suerte de homenaje para el actual residente de la Casa Blanca. Y, obvio,
pareciera que en conjunto aspiran al premio Óscar, que continúa redimiéndose de
sus culpas pasadas con la comunidad negra. Ahí están Precious, Historias cruzadas
(The Help) o El mayordomo (The Butler).
Por eso les rehúyo como si fueran una plaga. Pero con 12 años esclavo (12 Years a
Slave, 2013) sucedió algo muy inesperado. Tal como ocurriera con El artista tratándose del cine mudo de
Hollywood tiene que ser un director europeo el que venga a darles lecciones a
los gringos de cómo tratar a fondo y sin sentimentalismos sus propios temas.
Dirigida por Steve McQueen —director británico de origen trinitense cuyos
créditos anteriores incluyen Hunger y
Shame— 12 años esclavo es a mi juicio una de las mejores cintas producidas
en el 2013. Y también una de las mejores hechas sobre el tema de la esclavitud
durante el siglo XIX en los Estados Unidos.
En
una de las primeras escenas vemos al protagonista, Solomon Northup (Chiwetel
Ejiofor), tratando de escribir con los medios más adversos: una pluma hecha del
tallo de una planta, una tinta sacada del jugo de zarzamoras. La clandestinidad
de la escritura no se debe sólo a las condiciones paupérrimas en las que vive
sino en otro factor: su vida depende de seguir ocultando la habilidad para leer
y escribir. Él no nació esclavo. Ni en un lugar donde la esclavitud fuera vista
como algo normal. Pronto la retrospectiva le develará al espectador cómo llegó
este hombre a tan extrema situación.
En
realidad Solomon Northup es un hombre libre. Tiene esposa y dos hijos. Ha
recibido una educación privilegiada. Incluso toca el violín. Y vive en el
estado de Nueva York durante la mitad del siglo XIX. Entonces es engañado y a
través de esa misma habilidad con un instrumento musical. Más tarde, será
secuestrado y vendido. Mientras con mayor fuerza insiste en su condición de
hombre libre más latigazos recibe. Así lo llevarán a Luisiana para convertirse
en el esclavo del propietario de una plantación (Benedict Cumberbatch), un
hombre noble de buenas intenciones que, sin embargo, no puede evitar que sus
capataces se ensañen con él por lo que ellos ven como impertinencia por parte
de un negro. Northup pronto cambiará de dueño. Irá a caer bajo las órdenes de
un amo algodonero con fama de fanático despiadado: Edwin Epps (Michael
Fassbender). Su única esperanza de supervivencia, escribir una carta
informándole a su familia dónde se encuentra y así recuperar la libertad.
Basándose
en un recuento real, McQueen muestra el conflicto de Solomon Northup sin
escatimar la crueldad que implica la esclavitud. De esta forma se aleja del
maniqueísmo simplista al que Hollywood acostumbra a los espectadores. El
director logra —a pesar de la época de exagerada corrección política que se
vive actualmente— plantarnos con precisión y contundencia en un universo donde
para muchas personas la esclavitud era un sistema de vida normal y hasta
deseable por los beneficios económicos que traía, donde los amos sin ningún
cargo de conciencia e incluso apoyados en la Biblia podían maltratar, violar e
incluso asesinar a otros seres humanos, sustentados en el argumento de que eran
inferiores y además formaban parte de su patrimonio. Tal relación de completo
dominio se extiende aun a las mujeres. En numerosas ocasiones aparece la celosa
mujer de Epps (Sarah Paulson) golpeando a la esclava Patsey (impresionante la
actriz keniano-mexicana Lupita Nyong’o en su debut cinematográfico) con quien
el religioso pero lascivo amo sostiene relaciones sexuales, a veces (se
entiende) no consentidas. Una de las escenas más escalofriantes es aquella en
la que Epps obliga a Solomon a castigar con el látigo a Patsey.
Ante
un panorama tan desesperanzador donde la brutalidad y la represión de la
libertad abundan, hay mucha luz en el tercer largometraje de McQueen. Tanta que
deslumbra y conmueve. En esta historia de supervivencia humana el conflicto
presentado va mucho más allá de lo racial y de lo histórico. Porque, en varios
sentidos, dentro de la condición del esclavo, lo único que lo humaniza y lo
redime es el arte: la música que toca con su violín, los cantos fúnebres a los
que se une muy a su pesar y, por supuesto, la escritura frustrada de aquella
carta salvadora. Basta destacar el trabajo histriónico de Chiwetel Ejiofor —un
actor también británico de extracción teatral— cuando, luego de la muerte de un
esclavo, Solomon comienza con reticencia a cantar. Ésta se vuelve una escena
sostenida sin pudor que le hace eco al canto melancólico de Carey Mulligan en Shame, la película anterior del
cineasta.
Hace
tiempo que a McQueen se le escamotearon premios en Hollywood porque en el
protagonista de la antes citada cinta —un hombre neoyorquino perdido entre la
efervescencia de la adicción sexual— los premiadores no hallaron con su
mojigatería ningún indicio de redención. Éste no va a ser el caso de 12 años esclavo por lo que, sin duda,
los premios hollywoodenses llegarán y a manos llenas. Sin embargo, no radicará
en ello el valor de la cinta. Porque ya desde sus dos créditos anteriores ha
quedado claro que Steve McQueen es y era a partir del principio de su carrera
un maestro del arte cinematográfico. La confirmación se vuelve esta odisea
profundamente humana de Solomon Northup.
—12 años esclavo (12 Years a Slave, 2013) Dirigida por Steve McQueen. Producida por
Steve McQueen, Brad Pitt et al.
Protagonizada por Chiwetel Ejiofor, Michael Fassbender, Lupita Nyong’o, Sarah
Paulson y Benedict Cumberbatch.