El lugar donde todo termina

De padres y legados
Todo pareciera indicar que los jóvenes directores del cine independiente de los Estados Unidos están en sintonía. Así como en Mud (en México titulada El niño y el fugitivo) de Jeff Nichols hallo una loable historia de crecimiento donde se le da énfasis a la figura paterna o —en su extensión— al modelo masculino (por llamarlo de alguna manera), un enfoque parecido se encuentra en la más reciente cinta de Derek Cianfrance, director de Triste San Valentín (2010). Al ver el avance uno pensaría que El lugar donde todo termina (The Place Beyond the Pines, 2012) es una cinta de atracos similar en su trama a En trance de Danny Boyle. Quien espera solamente escenas de acción y persecuciones a alta velocidad se verá muy decepcionado. Éste será más bien un drama de relaciones paterno-filiales cuyas pretensiones y pequeñas faltas afectan hasta cierto punto la experiencia cinematográfica. Al menos, lo hicieron con la mía. Sin embargo, no niego la importancia y los alcances de este filme.
Luke Glanton (Ryan Gosling) trabaja en una feria ambulante. Es un motociclista güero y tatuado. Tal vez como referencia jocosa a las revistas del corazón de la realidad norteamericana, el actor que lo interpreta lleva debajo del cuello un tatuaje: heartthrob (difícil de traducir, quizás como “galán” o “rompecorazones”). Su acto de feria consiste en encerrase en una burbuja de acero con otros dos y dar vueltas en sus motos. Al comienzo se entera de que en su paso por una pequeña ciudad boscosa del estado de Nueva York ha dejado embarazada a Romina (Eva Mendes). Su hijo Jason ya ha nacido. Pero ahora Romina vive con otro hombre. El hijo de Luke ya tiene padrastro. Por eso luego, con la complicidad del mecánico Robin (Ben Mendelsohn), se convertirá en forajido asalta-bancos en moto; pero con un lado sentimental tendiente a la paternidad, un estado al que pretende acceder sin poder lograrlo. Los dos primeros actos se empalman. El final del primero se confunde con el inicio del segundo.
Avery Cross (Bradley Cooper), luego de impactar su destino con el de Luke, sube al pedestal del héroe mediático. Aunque se recibió de abogado, trabaja de policía en el mismo pueblo. Está casado y tiene un hijo. Casualmente un hijo de la misma edad de Jason. En público Avery es aclamado por su valentía. A su esposa le preocupa que siendo abogado arriesgue la vida en la calle. Avery además se cuestiona qué tan corrupta es la autoridad local para la cual trabaja. Más en corto y en privado, la corrupción propia también lo angustia. Que el hijo de un juez retirado quiera ser policía después de haber estudiado derecho se explica con el afán de Avery de labrar su propio camino, lejos de la influencia del padre. Una leyenda muy clara anuncia a los espectadores la siguiente y última parte. En este tercer acto ocurrido quince años después y con la siguiente generación, los destinos de estos héroes antitéticos vuelven a chocar. No por nada el título concedido en España es Cruce de caminos. Tal vez demasiado obvio. Bastante lejos del más sugerente y poético The Place Beyond the Pines, título parcialmente bien traducido como El lugar donde todo termina para su exhibición en México gracias a la distribuidora Canana.
La trama de la cinta, como lo he indicado en líneas anteriores, se encuentra dividida en tres actos. Con esto los guionistas (entre quienes por supuesto está incluido el director) hacen referencia no sólo a la estructura de la tragedia clásica. El argumento contiene además otros elementos de dicho género literario. Basta citar la anagnórisis: el acto de reconocimiento de la identidad propia, del amigo o aun del enemigo. Sin embargo, en su núcleo se halla un ensayo —algo sentimental sí, aunque no demasiado— sobre las relaciones entre padres e hijos. En especial sobre el legado que los padres les dejan a sus hijos, sobre cómo trascienden en ellos. A veces a pesar de su ausencia.
El balance final que como espectador hago de El lugar donde todo termina es irregular. Sí, claro, contiene muy buenas actuaciones. La factura —tomando en cuenta fotografía, ambientación y banda sonora— se despliega casi impecable. Sobre todo, el realizador sabe crear bellas atmósferas y momentos de verdad conmovedores. Pienso específicamente en las secuencias de los personajes cruzando carreteras rodeadas de bosques teniendo como fondo musical “The Snow Angel” y su piano. Además Cianfrance muestra buena mano tanto para las secuencias de acción como para el drama. Y hay por ahí una crítica muy sutil a la sociedad rural estadounidense y a su racismo cuando cuatro policías blancos visitan durante la noche la casa donde viven Romina (una mujer hispana) y su novio (un hombre negro).
The Place Beyond the Pines bien pudo haberse proclamado como una obra maestra, la cinta que consagrara la promesa antes hecha por Cianfrance en Triste San Valentín. Quizás haya quien piense que estamos ante una joya cinematográfica. Y en cierto sentido tendrá razón. Aunque no deja de haber detrás de la duración de la película y del referente a la tragedia griega cierto tufillo de lo pretensioso. Perdonable al fin y al cabo. Eso sin contar los pequeños defectos que no lo son tanto como para no saltar a la vista y hacerse evidentes. De ahí lo de “casi” impecable de la factura ya afirmado con anterioridad. De ahí que, de acuerdo conmigo, El lugar donde todo termina se haya quedado a unos cuantos metros de la meta. Lástima. Son estos incómodos elementos los que me expulsan del universo narrativo de la cinta, los que me recuerdan de forma contundente que estoy ante una película. Y una descuidada en algunos detalles. Ahí la verosimilitud del relato se rompe. Por ejemplo, la falsedad de los tatuajes de Gosling. Unos hasta parecen trazados con marcador. Y ni hablemos de la exageración casi caricaturesca de su condición económica: playera rasgada o con agujeros y puesta al revés. Imagen de El chavo del ocho casi. O el hecho de que pasen quince años en la trama y unos personajes envejezcan (las mujeres y los bebés, claro) y otros no (los hombres y, en especial, Avery). Aparte se me presentó un problema muy particular. En mi caso no puedo ver un largometraje que se llame así, que incluya una escena con pinos, moto, un semáforo en rojo y música ominosa sin pensar de inmediato en la serie noventera Twin Peaks de David Lynch. Tan arraigada en mi mente se halla esta teleserie. Pero esto no es un defecto atribuible a Cianfrance sino a mí como espectador. Otra vez no soy capaz de deshacerme de mi subjetividad al apreciar este filme. Mi crítica es la de un amateur y punto.
Finalmente hay otro aspecto que me hace ruido: no es posible negar el ya encasillamiento en el que cae Ryan Gosling. Luego de Triste San Valentín, Drive y otros créditos similares pareciera que el canadiense busca los papeles de hombre intenso. No sé si será para llamar la atención de los premiadores de Hollywood. Quién sabe. Para colmo ahí viene la nueva cinta del realizador danés Nicolas Winding Refn (Only God Forgives) donde, según lo desplegado en el avance, el actor repite esa casi muda, contenida pero violenta intensidad con un personaje muy cercano al protagonista de Drive. Al fin y al cabo se tratan de obras del mismo director.
Aún albergo sentimientos encontrados luego de catalogar El lugar donde todo termina como una cinta “irregular”. Tal vez la juzgo con demasiada severidad porque sé que pudo haberse erigido como una obra cinematográfica excelsa. Pero me queda muy claro que, a pesar de sus defectos, es imperdible y bien vale el boleto de entrada al cine.

El lugar donde todo termina (The Place Beyond the Pines, 2012). Dirigida por Derek Cianfrance. Producida por Lynette Howell, Sidney Kimmel, Alex Orlovsky y Jamie Patricof. Protagonizada por Ryan Gosling, Bradley Cooper y Eva Mendes.